“Mi niña, mi niña, mi niña”, repetían una y otra vez las mujeres que aman profundamente a Mara Fernanda Castilla. Su madre, abuelas y su hermana Karen no podían con el dolor que inundaba su cuerpo, mientras veían bajar el féretro a su última morada.
Patricia Rodríguez; estados@heraldodemexico.com.mx
La joven de 19 años de edad, originaria de Xalapa, fue despedida entre canciones religiosas, que se mezclaban con llantos y gritos de los presentes, dolidos por su asesinato a manos de un chofer de taxi del servicio Cabify, en Cholula, Puebla.
Por siete días, familiares y amigos aguardaron su regreso y realizaron una búsqueda incansable, que trasladaron a las redes sociales para replicar el mensaje de justicia para Mara. Y los tuits y post se replicaron cientos de veces. Fue éste viernes que llegó la noticia que nadie quería escuchar: el cuerpo de la universitaria fue encontrado sin vida, envuelto en una sábana blanca, en un paraje de la autopista México-Puebla. Había sido violada y asfixiada.
Cerca de las 12:00 horas, después de la misa de cuerpo presente, empezaron a llegar al panteón Bosques del Recuerdo –ubicado en la ciudad de Xalapa, Veracruz- decenas de personas vestidas de blanco y negro; mientras rehiletes de colores acomodados en el piso giraban.
Con la pena que la embargaba, su madre Gabriela Miranda López, agradeció a todos los presentes y mandó bendiciones: “Gracias por todas sus oraciones y apoyo, agradecemos a todos su acompañamiento”.
Amigos jóvenes lloraban sin consuelo, pero su hermana Karen –quien vivía en Puebla con Mara, la primera en reportar que el servicio de taxi ya había tardado- lucía “destrozada”. Como ella misma expresó después de enterarse de su muerte no está “lista para vivir una vida” sin ella, pero “intentaré vivir una en honor a ti".
El sol pegaba muy fuerte este domingo que dieron el último adiós a Mara Fernanda Castilla, quien había iniciado el tercer semestre de la licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), pero a ninguno de los presentes les importó.
“Pasando por el valle del llanto, él lo cambia en bendición”, cantaban entre lagrimas, sin comprender esa súbita despedida.
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