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Raúl Flores construyó su imperio en 30 años

NACIONAL

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Raúl Flores Hernández, “El Tío”, era un simple “buscador” de inmuebles para ocultar droga para el cártel de Guadalajara que, en poco tiempo, escaló peldaños. Hasta ahora, es considerado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos un narcotraficante del nivel de Joaquín “El Chapo” Guzmán. “El Tío”, jalisciense de 65 años de edad, aprendió de su mentor, el narcotraficante Rafael Caro Quintero, a trabajar de forma independiente con alianzas estratégicas con líderes de los grandes cárteles.     Esto le permitió pasar desapercibido durante décadas, teniendo como principal lugar de operación Guadalajara, Ja-lisco, desde 1983, hasta que fue detenido en 2013, luego de que tres años antes se ofreciera una recompensa a quien proporcionara información que derivara en su captura. Su detención fue destacada durante una conferencia del entonces comisionado nacional de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb, aunque después, la dependencia dijo no tener registro de él ni de otros objetivos capturados. En 2013, fue ingresado al Centro Federal de Readaptación Social 4 del Noroeste, acusado de delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita, pero quedó libre en 2015.
Hasta la madrugada de este jueves, se encontraba en el Reclusorio Sur, donde permaneció 21 días y, luego de que el Departamento del Tesoro dio a conocer sus actividades ilícitas y sus nexos con el futbolista Rafael Márquez y el cantante Julión Álvarez, fue trasladado al penal de El Altiplano. Para el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, “El Tío” está al nivel de “El Chapo”, “El Mayo” Zambada y Nemesio Oseguera, “El Mencho”. Durante décadas, generó una fortuna por sus actividades ilícitas, que invirtió en una red de empresas de bienes raíces, casinos y restaurantes y bares. Flores Hernández ha utilizado para sus acciones ilegales a familiares como sus dos hijos, esposa, primos y sobrinos. Pese a ser calificado en Estados Unidos como un gran narcotraficante, "El Tío” no se encontraba en una cárcel de máxima seguridad. Por Diana Martínez