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Guatemaltecos en Campeche viven en un limbo

NACIONAL

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Este sitio no aparece en el mapa; es la selva, la línea fronteriza: tierra de nadie. Al límite de Guatemala, cerca del río Candelaria y a siete kilómetros del ejido El Desengaño, viven 416 guatemaltecos que el pasado 2 de junio fueron desplazados de manera forzada de la comunidad de San Andrés, en Laguna Larga, en el municipio de La Libertad en Petén.

Por Cristina Pérez Stadelman; estados@heraldodemexico.com.mx


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Después del desalojo masivo por efectivos de la Policía Nacional Civil y el Ejército de Guatemala, no tuvieron otra opción que huir por la noche, bajo un fuerte temporal, cargando lo poco que pudieron –sobre todo sus documentos– hacia la frontera con México, a la altura del municipio de La Candelaria, en Campeche. Ahí permanecen, varados. “Vivimos en la calamidad, sin dinero, sin trabajo. Las autoridades federales no nos dejan pasar ni hacia México, ni hacia Guatemala”, narra Constantino Vázquez, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo y comisario ante las 106 familias que aquí viven. Bajo chozas improvisadas de madera, las mujeres son quienes tejen y refuerzan la palma de los techos que sus parejas van construyendo; pero esto no evita que todo acabe por mojarse. La lluvia en esta región selvática es constante; el calor, extremo.

DEJARON TODO

El agua es poca, luz no hay, drenaje tampoco. Los niños sólo lo conocen como “el lugar donde estamos”; para ellos este sitio significa el desarraigo, la separación, la pérdida. Piden leche, comida, escritorios, camas (duermen en el piso o en hamacas). Quieren pizarrones, sacapuntas, pelotas para jugar, crayolas, muñecas, pero no son niños sufrientes, les interesa aprender, tienen esperanza; parece que a pesar de todo, aquí los niños tuvieran soberanía sobre su destino. “Vamos a regresar a nuestra escuela de antes, en Laguna Larga. Ahí está el pozo donde nos bañábamos y teníamos agua; dice mi mamá que aquí la laguna está contaminada”, comenta Diname Daris, una niña de siete años.  
 

IMPROVISAN AULA

Synthia fue contratada para dar clases durante 22 días por UNICEF-Guatemala. “Los niños necesitan escritorios, cuadernos, lápices, sacapuntas y sobre todo escritorios”, asegura. Ahora, cada padre construye un escritorio de madera para cada uno de sus hijos. Hoy el “proyecto” está puesto en que cada hijo-alumno tenga su banca donde estudiar. Los jóvenes hacen realmente poco; no estudian, no hay maestros para ellos.
“Mis hijos, de 19 y 17 años, pasan muchas horas sin hacer nada. Son campesinos y no tienen tierra para labrar como teníamos en Guatemala. Se la pasan aseando el piso, que como ve es de tierra”, cuenta Marisol, su madre. La población cayó en crisis alimentaria y médico-humanitaria, con enfermedades respiratorias y gastrointestinales, como es el caso de José Adolfo, un bebé de nueve meses que en días recientes tuvo que ser trasladado al hospital más cercano de la región, en La Candelaria, por el grupo BETA de Protección a Migrantes del Instituto Nacional de Migración (INM). Ellos son también quienes asisten diariamente a esta población con alimentos y medicamentos.
En este momento, a decir de los pobladores expulsados, las autoridades federales, tanto guatemaltecas como mexicanas, les impiden acudir al poblado más próximo. Desde el campamento, vieron a lo lejos, aquel 2 de junio, como sus casas de San Andrés en Laguna Larga eran quemadas y sus animales “colgados y quemados, como les amenazaron quedarían ellos en caso de que se les ocurriera regresar a Laguna Larga”, sostiene Ramón Márquez, director del albergue La 72, en Tabasco.
“No nos interesa obtener la condición de refugiados en México, sino regresar a nuestras tierras en Guatemala y continuar trabajando como campe- sinos”, comenta Vazquez.  

ABANDONADOS

La primera condición para poder llegar al lugar es que no lloviera; de ser así, sería imposible alcanzar la comunidad. Un camino inundado lo haría imposible. La recomendación de Ramón Márquez era no llegar a esta comunidad sin guías y sin
alguna persona que tuviera con- tacto con Constantino Vázquez. Después de tres días de trayecto, uno en plena selva, El Heraldo de México logró ingresar con el apoyo de una camioneta 4x4. Al llegar, un grupo de mujeres cargaba agua arriba de sus hombros. El agua purificada llega sólo una vez a la semana. Aquí la vida está en un limbo, en pausa, a la intemperie. Adriana Ángeles, coordinadora de Comunicación Social del INM, comenta –a pesar de que se encuentran en Campeche– que: “como gobierno mexicano no nos podemos pronunciar sobre el tema, porque estas personas no viven en territorio mexicano, y por lo tanto es un tema de competencia del gobierno de Guatemala, no del gobierno de México. Por parte del gobierno mexicano sólo les ha brindado ayuda humanitaria a través del grupo Beta”. Este diario buscó al cónsul de Guatemala para Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, Eduardo Montenegro Singer, para escuchar su postura, ante lo que argumentó no poder “opinar por el momento”.


 

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