Los europeos pensaron que después de las guerras intestinas en la extinta Yugoslavia jamás volverían a tener otro conflicto bélico en su territorio. Se equivocaron. En ese sentido, el primer cuarto del siglo XXI es una extensión del siglo XX: los apetitos imperialistas de las grandes potencias no cesan.
La empedernida decisión de Washington por mantener la hegemonía mundial lo obliga a tener que acercarse a las fronteras de Rusia para tender un cordón sanitario a su alrededor. Si vemos un mapa nos daremos cuenta que Moscú está prácticamente rodeada. Esa es la intención estratégica de Norteamérica, asfixiarla.
Durante la Guerra Fría surgió la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada, mediante la cual, si una de las dos grandes potencias confrontadas recibía un ataque nuclear, tendría tiempo –debido a la distancia entre Estados Unidos y la entonces URSS- de reaccionar y poder contraatacar a la potencia agresora, asegurando que ambas se devastaría. Esta doctrina, por paradójica que parezca, mantuvo cierto equilibrio entre las dos grandes capitales de poder mundial.
Las cinco rondas de la expansión de la OTAN hacia Europa Central y del Este, además de asfixiar a Rusia, buscan tener un control sobre ella, lo cual daría a Estados Unidos mayor ventaja para mantener la hegemonía mundial, pues uno de sus grandes rivales –el otro es China- estaría anulado, pero también, contar con misiles cerca de las fronteras de Moscú, invalidaría la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada. En caso de instalar misiles en Kiev, éstos tardarían aproximadamente 5 minutos en llegar a Moscú, no tendrían tiempo los rusos de reaccionar. Además, nulificar a Rusia le daría a Washington mayores posibilidades de poseer un predominio absoluto sobre el heartland de Mackinder, el epicentro de los grandes recursos que el planeta tierra tiene.
La invasión iniciada por Rusia a Ucrania el pasado 24 de febrero es una respuesta a esa política expansionista de los Estados Unidos y su brazo armado, la OTAN.
Las invasiones y bombardeos a Irak, Afganistán, Yemen, Paquistán, Somalia, Libia y Siria por parte de Estados Unidos; la invasión reciente a Ucrania por parte de Rusia y un probable ataque de China a Taiwán, nos hace pensar que nuestros tiempos son una extensión del siglo XX: Una lucha descarnada de las grandes potencias por espacio vital, por el control de zonas geográficas con grandes cantidades de recursos -como el heartland – y como fin último, la supremacía mundial.
El primer cuarto del siglo nos deja varias lecciones en cuanto a política internacional se refiere:
- Los apetitos imperialistas de las grandes potencias no han muerto.
- La supremacía mundial es un objetivo claro que continuarán persiguiendo y que pondrá en vilo la paz mundial y la sobrevivencia de la especie humana.
- Las Naciones Unidas se han convertido en una Sociedad de Naciones que no resuelve los grandes conflictos a los que la humanidad se encara. No detuvo a Estados Unidos, no está deteniendo a Rusia ni detendrá a China.
- El más importante, el sistema jurídico internacional es obsoleto, es necesario construir uno nuevo, en realidad vigoroso que pueda contener ímpetus de conquista.
Únicamente cuando las grandes potencias renuncien a sus afanes imperialistas, es cuando en realidad podremos tener una verdadera paz y prosperidad mundial.
IL