CÚPULA

Elevar la mirada

El periodismo cultural ha tenido importantes referentes como las revistas Plural y Nexos o suplementos como La Cultura en México y Sábado; Cúpula se une a esas publicaciones que apuestan por las expresiones artísticas más contemporáneas y atractivas

EDICIÓN IMPRESA

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Idéntico caso debe ser el de mis compañeros en las páginas de esta edición. Y especulo que nuestra hoja de vida debe ser más o menos igual: uno disfruta leer, extravagante práctica que permite a un tiempo escapar de uno mismo y perderse en la autoexploración intelectual; a punta de libros termina por escribir con puntillosa corrección, acaso con razonable soltura; a fuerza de leer –y no sólo letras: también imágenes fijas o en movimiento, sonidos, objetos, fenómenos sociales o políticos– acaba uno por convertirse en un curioso de muchas esferas, al tiempo que descubre que carece de imaginación, al menos a la manera en que la entienden los artistas. ¿Quién querría inventarse otros mundos cuando tanto hay por descubrir en éste? ¿Quién tendría tiempo de pensar en constructos nuevos cuando tan fascinante resulta tratar de comprender los que ya hay, y cómo funcionan?

Me apasiona la literatura. De joven la novela y el cuento, con los años cada vez más el ensayo personal y la poesía. Pero también el cine (ése que no dirigí). Y el teatro (ése del que soy autor mediocre, buen productor y estupendo espectador). Y el arte contemporáneo tanto como el del pasado. (No todo, pero sí mucho.)

Me chifla la arquitectura, pero no más que el diseño (industrial, gráfico, de moda, textil). Me produce fascinación la filosofía, pero también la gastronomía. Me interpela mucha música, que va de Berg a Bowie, de Madonna a Miles, de Gainsbourg a Gorécki y de Fauré a Flans. Me interesan además la política, el derecho, la sociología, la antropología. Y sé cuán útiles resultan para comprender lo humano.

He ahí la nómina de intereses que me hizo devenir periodista cultural, no una profesión sino –diré, pomposo– una orientación intelectual. Uno ve lo que hacen los seres humanos, se deja conmover por ello, quiere saber cómo funciona. Ello implica por fuerza intentar comprender el andamiaje necesario para su florecimiento, los invariables –que no inevitables– obstáculos para su desarrollo. La pesquisa supone aprender de legislación, de ingeniería institucional, de políticas públicas. Devenir gente seria, pues.

Uno es un crío que trabaja hablando sobre viajes en la radio. Un día, alguien lo escucha y se le ocurre que podría hacer también crítica de televisión, análisis político, una reseña literaria. De pronto está uno sentado frente a Robert Smith o a Mario Lavista, a Jean-Claude Carrière o a Jean-Paul Gaultier, a Giovanni Sartori o a Jean Baudrillard, y no da crédito de que esos seres que uno ha venerado a lo largo de lustros hayan bajado del Olimpo para someterse a las preguntas que uno tenga a bien formularles, para dejarse –espléndido sacrilegio– cuestionar.

Lo que narro me sucedió todo a mí, en una era previa al advenimiento de las redes sociales, cuando quienes empezábamos a escribir, pero no hacíamos ficción soñábamos con publicar en Vuelta o en Nexos pero también en La Cultura en México de Monsiváis, en el sábado de Huberto Batis o en La Jornada Semanal de Juan Villoro. Alessandro Baricco escribió el obituario preclaro y perverso de ese mundo (de ayer) en un libro que se llama The Game: en Twitter cualquiera se sueña Gómez de la Serna, en Instagram todos nos las damos de Richard Avedon, en Tik Tok qué nos dura Simon Schama.

Algo hay, sin embargo, que hace que el periodismo cultural profesional perviva: de ahí que medios tan nuevos como El Heraldo de México –que tan joven piensa que volvió a nacer– consideren indispensable incluir en sus páginas –impresas o web, da igual– un suplemento cultural. Éste, que cumple 200 ediciones, se llama Cúpula. El nombre es un recordatorio de para qué sirve el periodismo cultural: no puede devenir ciudadano –mujer u hombre libre– quien no eleva la mirada.

Por Nicolás Alvarado

EEZ