CÚPULA

El 34

Un problema con solución, un cazatalentos a punto de descubrir a un ídolo y un beisbolista que hizo gritar strike a todo México

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: El Heraldo de México

Los gritos ensordecían y las pancartas reclamaban, el enojo podía sentirse hasta en el asfalto, todos los días la misma manifestación inundaba las calles. Las personas de aquel barrio de Los Ángeles se negaban a abandonar sus propiedades por el capricho de un alcalde que quería despojarlos de sus casas y robarles sus sueños. ¿El motivo? Construir un nuevo estadio de béisbol para los Dodgers.

 Al mismo tiempo que se llevaban a cabo las protestas, en una ostentosa oficina decorada con trofeos y fotografías alusivas al Rey de los deportes, se elaboraba toda una estrategia y un detallado plan para que ese estadio algún día tuviera aficionados en lugar de detractores. Un alto directivo de los Dodgers les dijo con un tono de preocupación a los cazatalentos:

—Como saben, los mexicanos y latinos que han tenido que moverse, no han tomado muy bien lo del nuevo estadio.  

Corito Varona y Mike Brito asintieron casi al mismo tiempo. El directivo continuó con su monólogo:

—Por eso, necesito que viajen a México lo antes posible y me traigan al novato del año o a la promesa del béisbol. Tiene que ser mexicano, no vayan a regresar con un güero de la frontera. La idea es traerles a uno de los suyos, un ídolo con el que realmente se sientan identificados, entonces tal vez así, algún día nos perdonen por construir el estadio y causarles tantos inconvenientes.

Después de aquella conversación, Corito Varona viajó por todo México, vio miles de partidos, escuchó diferentes voces cantar strikes y outs, probó cada uno de los hot dogs de los estadios y todavía no encontraba al jugador que le moviera el alma para echarle el guante hasta aquel día. El pitcher abridor de los Leones de Yucatán era lo más extraordinario que había visto; para empezar, era zurdo y lanzaba con velocidad, temple y un estilo que no existía ni siquiera en las grandes ligas. Era como un toro: moreno, grandote, fuerte, sereno, nada parecía perturbarlo, y como si todo eso fuera poco, bateaba como los grandes, cualidad muy rara en un pitcher.

 Después de terminarse las papas fritas y darle un trago a su refresco, Corito buscó un teléfono público cerca del estadio, sacó unas monedas del pantalón y marcó un número para hacer la llamada que le sacudiría el destino a Fernando Valenzuela para siempre.

 —Mike, ¿me escuchas? Tengo buenas noticias, creo que ya encontré al próximo ganador del Cy Young.  

Corito esperó un momento en silencio para escuchar la respuesta de Mike Brito y después replicó:

 —Ya sé que venía a ver a otro jugador, pero me gustó más éste. Vente para acá, el sábado vuelven a jugar los Leones, creo que te va a convencer tanto como a mí. Voy a tratar de cuadrar una entrevista con él después del juego del fin de semana y, si todo sale bien, le hacemos la oferta.

 El sábado llegó Mike Brito y quedó igual de impactado que Corito Varona al ver en acción al Toro Valenzuela, y cuando se dio cuenta que se dirigía a la caja de bateo, no pudo ocultar su impresión.

 —¿También batea?—preguntó Mike.

 —Batea muy bien, no dudo que la saque del estadio—contestó Corito con su acento cubano.

 El Toro no la voló, pero conectó un hit que ayudó a su equipo a anotar otra carrera. Mike sonrió y le dio una palmada en la espalda a Varona:

 —Pues ya nada más falta firmar el contrato.

 Esa noche Mike Brito puso frente a Fernando Valenzuela un contrato imposible de rechazar. Los Dodgers pagaron 120 mil dólares para llevarse al Toro a jugar a las grandes ligas. Con esas hojas de papel empezaba el sueño de aquel joven tímido y reservado nacido en Navojoa, Sonora, que estaba a punto de convertirse en el novato del año. 

¿Quién podría haber imaginado todo lo que esa decisión iba a traer consigo? Dos series mundiales. Estadios repletos que coreaban su nombre al verlo pitchar. Miles de niños y jóvenes latinos que portaban con emoción su playera con el número 34 en la espalda y el apellido Valenzuela. Esa Fernandomanía duraría más de diez años y se contagiaría a México y a otros países de habla hispana. El legado del Toro fue tan significativo que Los Dodgers retiraron el 34 para homenajear al Rey del tirabuzón: aquel mexicano sencillo y talentoso que logró reconciliar a la  comunidad latina de Los Ángeles con el béisbol mientras ponchaba a todos los que se paraban junto al diamante.

PAL