Tras la caída del imperio de Tenochtitlan, en 1521, y en medio de la transición hacia la época novohispana, los extranjeros que llegaron a la Nueva España comenzaron a buscar lugares donde hospedarse y permanecer periodos de tiempo para recuperarse y continuar su camino: a estos espacios, que daban posada y comida a cambio de dinero, se les denominaba mesones.
El primero, de acuerdo con algunos expedientes que se pueden consultar digitalmente en el repositorio Memórica, fue el del español Pedro Hernández Paniagua, a quien el ayuntamiento le concedió la licencia para abrir un albergue en su casa, donde ofrecía vino, pan, carne y agua a quien lo necesitaba. Este lugar, cuya licencia data de 1525, le dio nombre a la calle Mesones. La bonanza del negocio produjo un cambio sustancial para la zona.
Ante la caída del imperio azteca, los españoles comenzaron a llegar a la capital para erigir una nueva ciudad, construir sus iglesias, sus casas, establecer sus negocios y acumular riqueza. Pronto, los mesones comenzaron a ser un éxito y el ayuntamiento entregó más permisos para abrirlos en la capital, aunque la expedición de licencias rápidamente se extendió a otros estados como Puebla y Morelos, en 1526; y Veracruz, entre 1527 y 1530. El servicio que prestaban consistía en un cuarto simple, sin ventilación y pegado al establo o los corrales.
En esta calle se ubicó también la Casa de las Gayas o Casa Roja que fue construida en el siglo XVII y que originalmente fue edificada como un prostíbulo legalizado donde se encontraban “las Gayas”, calificativo que en ese entonces se utilizó para nombrar a las mujeres de la vida galante. Actualmente, este espacio alberga, entre otros comercios, el restaurante libanés Al Andalus. Ante la insalubridad y la mala fama de los establecimientos, los mesones comenzaron a perder crédito por lo que pronto se crearon las “ventas”, espacios, considerados los hoteles de hoy, que sólo recibían a la clase alta de la sociedad.
Hoy en día, la calle Mesones alberga una gran cantidad de negocios dedicados a la venta de papelería, la música y los artículos libaneses, y aunque su mala fama no ha disminuido, pero ahora por la inseguridad, es una de las calles principales del Centro Histórico visitado, al menos de paso, por extranjeros, padres de familia y comerciantes locales, especialmente durante el periodo de regreso a clases.
Por Azaneth Cruz
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