Christopher Koelsch ha trabajado en LA Opera desde 1997 y fue nombrado presidente y director ejecutivo en 2012; es considerado como uno de los programadores internacionales más respetados por la industria musical; bajo su liderazgo no sólo se han llevado a escena los títulos más tradicionales, sino también ha hecho estrenos mundiales Prisma de la compositora Ellen Reid y la libretista Roxie Perkins, tan exitosa como polémica por mostrar desnudez parcial y temas de violencia de género, así como Teatro de anatomía de David Lang.
En noviembre próximo la compañía va a presentar El último sueño de Frida y Diego (The Last Dream of Frida and Diego) de Gabriela Lena Frank, una historia de ficción inspirada en las vidas de los artistas mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera, estrenada mundialmente en octubre pasado en la Ópera de San Diego, en la que han participado cantantes mexicanos como María Katzarava y Alfredo Daza. (Nota de Cúpula) Gerardo Kleinburg (GK): Comencemos con la relación actual entre la ópera y el público.
¿Hacia dónde dirías que va esta relación? ¿Está la ópera realmente ampliando su público como todos soñamos, pensamos o queremos? ¿Hay un nuevo tipo de público que se acerca y disfruta de ella o el público de la ópera está envejeciendo cada vez más? ¿Está buscando un repertorio nuevo y una ópera contemporánea, o simplemente revisita por siempre las mismas cosas viejas y geniales? ¿Qué dirías sobre esto, Christopher?
Christopher Koelsch (CK): Bueno, he estado en el negocio durante 25 años y he escuchado los lamentos sobre el envejecimiento del público durante este periodo. Siempre digo —a manera de broma— que un público canoso es un recurso renovable. Psicológicamente no es extraño que las personas asistan a la ópera más tarde en la vida cuando se encuentran en algún tipo de búsqueda estética o espiritual.
Los aspectos cuasi religiosos, cuasi espirituales y seculares de la forma de este arte representan un punto de venta para el público cuando está en un momento de búsqueda, lo que a menudo sucede después de que han establecido sus carreras profesionales, después de que los hijos se han ido de casa o una vez que tienen tiempo, espacio y dinero para buscar algo tan rico como esto.
Por lo tanto, no me preocupo demasiado por el público que envejece porque es renovable. Siempre hemos perdido a la gente de entre 25 y 50 años, porque es entonces cuando se tiene la menor cantidad de tiempo libre, dinero adicional y espacio para dar lugar a algo que puede colonizar un poco el cerebro. Esto no aplica para todos, pero para los verdaderos aficionados a la forma artística, el verdadero placer proviene de una inmersión muy profunda y, sin duda, también se convierte en una pasión o búsqueda de toda la vida, lo cual es muy gratificante.
Me preguntas si es que el público está creciendo: creo que todo es relativo, vivimos en un mundo en el que las personas tienen un gran número de opciones para invertir su tiempo y su dinero. Esas opciones nunca han sido tantas como en esta época; por ejemplo, en tu computadora puedes consultar cualquier cosa: performances, películas, programas de televisión o videos de cocina.
La gama de opciones es mucho mayor de lo que era en el apogeo de la popularidad de la ópera en el siglo XIX. Entonces, cada año que pasa nos vemos limitados dentro de un margen cada vez más pequeño; sin embargo, estas mismas fuerzas contribuyen al hecho de que las personas estén más dispuestas a abrirse a otras experiencias en las que no habrían estado antes. Desde nuestro punto de vista, hemos continuado la renovación de esa base que se interesa por esta forma artística, experimentando con todo lo que significa.
Nuestra interpretación de lo que es la ópera se reduce a una versión combinada de música y narrativa, y al hacerlo hemos creado un programa completo en torno a la experimentación con ella y, a través de esa lente, hemos expandido la base del público. En el transcurso de los últimos 10 años, el número de personas que participan en el arte que nos ocupa ha ido en aumento. Los datos demográficos de ese grupo se ven muy distintos de lo que eran en 2010. Como sabes, uno siempre se involucra en este tema, incluso cuando hablas de participación comunitaria simplemente se está marginando un hecho, o uno secundario, a la función principal de la empresa para producir Tannhäuser o Guillaume Tell o Cenerentola.
Siempre hemos visto esto como algo muy importante para la misión de la organización, por lo tanto, a través de esa lente, la base del público sigue expandiéndose. A menudo pienso que en este país [Estados Unidos], la ópera tiene una especie de mala identidad de marca que la gente asocia con personas mayores, adineradas y blancas. Sin embargo, diría que el trabajo y la experimentación de la ópera es tratar de contrarrestar esa narrativa que establece quiénes pueden relacionarse con la ópera, qué historias se le permite contar y cuán necesaria es para la comprensión de la condición humana por parte de las personas. Ubico esto, en términos generales, en la categoría de la democratización de esta forma de arte.
Estamos muy comprometidos con la idea de democratizarla, y lo podemos hacer a través de Götterdämmerung [la destrucción de los dioses o de lo establecido], pero también se puede lograr a través de presentaciones en bibliotecas y comisionando obras para ese extraño mundo digital en el que vivimos ahora. Creo que ésta fue una respuesta larga a una pregunta corta, pero considero que son ambas cosas: en el firmamento cultural en general, la cantidad de área que está siendo ocupada por la ópera se reduce cada año, pero hay oportunidades increíbles para la expansión. Siempre quiero evitar los binarios falsos.
No creo que sea una situación de una o de otra. Es decir, no creo que se tenga que elegir el camino de Rossini o el de David Lang o Kamala Sankaram. Todos pueden existir, y si logras el equilibrio, las dos opciones establecen un diálogo entre sí. No puedes participar en la evolución de algo si, para empezar, no entiendes cómo funciona (...).
LSN