Luis Rolando Ortiz Rodríguez lo tiene claro, el gusto por la imagen le llegó de su padre: “Él fue de los primeros fotógrafos de Fresnillo, de ahí mi gusto por la imagen; tenía su laboratorio y yo veía con mucha emoción como surgían las imágenes”. Pero algo más debe tener el paisaje zacatecano que, como a toda una generación de artistas mexicanos, en él también engendró la vena pictórica.
La chispa se encendió muy temprano, cuando aún era niño: “Cuando estaba en la escuela primaria, era una escuela católica por excelencia, una vez nos avisan que nos van a dar clase de dibujo y, caray, eso me rompía todo el esquema que nos estaban trazando, las clases de dibujo para mí fueron una sorpresa. Ese fue, digamos, el momento que cambió mi vida, esas clases me abrieron el panorama”, recuerda.
Oriundo de una tierra de artistas, a Ortiz le tocó formarse con los grandes. Siguiendo su impulso creativo se trasladó a la Ciudad de México para estudiar en La Esmeralda, “pensé que ya era un artista y me regreso en 1985”. El pintor aún no sabía que la tradición pictórica de su estado le estaba reservada: por esos años abrió en Zacatecas el Taller de Artes Plásticas Julio Ruelas, que coordinaba Alejandro Nava, “y me resistí a entrar porque yo venía de una academia muy importante”.
Vencido el orgullo se presentó en el taller y casi al instante supo lo que quería hacer: “Ese taller llegó a ser de los más importantes del centro occidente, tuvimos la fortuna de que empezaron a regresar los artistas zacatecanos de la Ruptura como Manuel Felguérez, Rafael Coronel, Pedro Coronel, incluso llevaban invitados como José Luis Cuevas, Carla Rippey, y tuve la fortuna estudiar con ellos”.
También ahí se perfiló un estilo, el abstracto que tanto renombre ha dado a Zacatecas. “Desde la academia pasé por casi todos los géneros plásticos, cuando llego al Ruelas conozco a los grandes maestros de la Ruptura y es cuando digo: ‘este género es el que me complace, es el espacio donde yo me puedo expresar, esto es lo que yo quiero hacer’ y ahí me establezco”. El camino era la abstracción.
Junto con otros artistas zacatecanos, Ortiz acaba de viajar a la Ciudad de México donde ha expuesto su trabajo, como ha sucedido en otros estados del país y en algunas ciudades del sur de Estados Unidos. Con 63 años y después de formar a varias generaciones de jóvenes, el pintor afirma que la abstracción es por excelencia el lenguaje del arte: “No el figurativo, no el paisaje, que tienen un diálogo muy corto, muy a la vista, que todo el mundo puede leer, sin embargo, el abstracto tiene un lenguaje polisémico, que bien puede leer un mexicano que un japonés, un chino y, además, es un lenguaje que se va multiplicando”.
Después de exponer en el Senado de la República, Ortiz prepara una serie para exponerla en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, la ha llamado Estética del tiempo, “se trata de algo que visualicé en Oaxaca, con los muros de un museo descubrí lo bello que es el tiempo”.
ARTE PARA COMUNICARSE
A 66 kilómetros de Fresnillo, en la ciudad de Jerez, el paisaje zacatecano también penetró en Leopoldo Elías Smith Mac Donald, quien se considera heredero de la tradición pictórica del estado. Tiene una mente inquieta en toda la amplitud de la palabra, además de pintor, es escultor, músico, ingeniero, actor y director de teatro. La pintura, sin embargo, lo ha traído a la Ciudad de México, donde compartió exhibición con su coterráneo Luis Rolando Ortiz.
Su obra, caracterizada también por las huellas de la abstracción, explica, “nace de la necesidad de estar diciéndole al mundo todos los días quién eres, de la necesidad de decir las cosas de esta manera, a través de los lenguajes del arte, a través del color, a través de las formas; en ese sentido vienen los conflictos de cómo decir eso que se presenta todos los días”.
Bajista con su banda de rock Theratron, Smith también se considera heredero de los grandes maestros zacatecanos: “En este caso, trabajamos la cuestión de la prefigura porque tuvimos a Francisco Goitia (nacido en Fresnillo), venimos de donde él es, y, obviamente, hay un referente más actual que es el arte abstracto de Manuel Felguérez, que ha fundado toda una escuela de presencia mundial y, en ese sentido, hay una correspondencia por los colores de nuestra tierra, por los colores que te impactan, que forman parte de ti”.
A la pintura, Leopoldo Elías llegó diseñando escenografías; aunque las artes visuales siempre estuvieron cercanas a través de la joyería, la cerámica, el grabado.“Todo es parte de lenguajes en los que, sin darnos cuenta, uno está inmerso. El arte se convierte en tu decir, en la forma de poder corresponder a este momento histórico que te toca vivir, es la manera que tienes para hacerlo”.
Texturas, colores intensos que abarcan la mirada, collages elaborados con materiales poco comunes como cierres, pedazos de piel o chapopote, abarcan los cuadros del zacatecano. “Ya no se puede explicar la vida con todos los acontecimientos que tenemos ante este hiperrealismo, este asunto social que vivimos, con el uso de la tecnología, ya no podemos pintar como antes, como en el Renacimiento. Tenemos que buscar las nuevas maneras de los objetos, cómo los podemos reinterpretar, darles un significado distinto, cómo nos pueden hablar ahora las cosas, cómo podemos convivir de otra manera”.
Los cuadros de Leopoldo han salido de su estado, su obra está en colecciones de la Ciudad de México, ha sido expuesta en ciudades como Guadalajara y en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez de su ciudad capital.
El zacatecano experimenta ahora con la escultura, con una especie de arte objeto hecho con alambre y cualquier otro material. La idea es establecer un puente con quien admira su obra: “Muchas veces la gente hace cosas para tener éxito comercial y pues no, hacemos pintura para que sobreviva, para expresarnos a través de estos lenguajes y poder establecer una línea comunicación con el espectador y continuar con los legados de quienes estuvieron al principio y lo hicieron por una necesidad de corresponder a su momento histórico. También lo hacemos para tratar de hacernos más llevadera esta existencia”, concluye.
Por Luis Carlos Sánchez y Alida Piñón
EEZ