Dicen –no viví aquel momento para investigar y asegurarlo–, los libros de la época, revistas, artículos y leyendas habladas, que Gene Tunney fue indiscutiblemente un hombre inteligente, culto, amante de los libros y campeón mundial de los pesos completos.
Acostumbraba, entre otras cosas, a leer diariamente a escritores de la talla de William Shakespeare y Somerset Maugham, entre otros, además de cumplir con lo que fue la parte más importante de su juventud: el boxeo. Traducido en entrenamientos, carreras y peleas, etcétera.
Hijo de inmigrantes irlandeses, James Joseph Tunney Lydon nació el 25 de mayo de 1897, en Nueva York. Y cuando cumplió 20 años estaba convertido ya en un hombre fuerte, pesado, con estatura de un metro y 83 centímetros, además de gusto desmedido por el boxeo y su técnica.
Cuando era niño, su familia era pobre; vivían en uno de esos barrios violentos que caracterizaron a Nueva York en aquellos tiempos –y también ahora–, y aprendió a pelear en la calle, a recibir golpes y no asustarse. Pronto se convirtió en profesional del boxeo, empezó a mostrar calidad poco común, venciendo a cuanto rival le ponían enfrente, hasta que sufrió su primera derrota, nada menos que frente a ese inmortal conocido como Harry Greb (23 de mayo de 1922), que fue rey de los pesos medios, uno de los mejores que se han visto en esa división.
Harry golpeó con la cabeza el rostro de Tunney desde el primer asalto, y aquello constituyó la única derrota en la campaña del neoyorkino, quien no se desanimó. Su inteligencia y voluntad de hierro lo llevaron de nuevo al gimnasio, y enfrentó al mismo hombre, derrotándolo varias veces. Entrenado por Dan Florio y dirigido en la parte administrativa de su carrera por Billy Jacobs, no solamente cambió golpes con los más destacados hombres de tres divisiones, sino que los derrotó a todos. Algunos de esos nombres fueron Jack Dempsey, el ya mencionado Harry Greb, Georges Carpentier, Tom Heeney, Johnny Risko, Tommy Gibbons, Tommy Loughran, Battling Levinsky, Jimmy Delaney y muchos más.
Todo esto lo colocó como un atractivo de primer orden, y lo llevó directamente a una batalla titular con el ídolo de Norteamérica en la época que estamos mencionando, Jack Dempsey. Se enfrentaron en el Estadio Sesquicentennial, de Filadelfia, el 23 de septiembre de 1926, y Tunney se convirtió en campeón del mundo, mediante una clara decisión sobre el hombre que era su antítesis en muchos aspectos, tanto deportivos como personales.
Gene realizó dos defensas de esa corona. La primera contra el propio Dempsey (22 de septiembre de 1927), en el Estadio Soldiers Field, de Chicago. Los anales especializados rememoran esta revancha como uno de los combates más importantes que han existido dentro del boxeo, al cual asistieron 120 mil espectadores, con boleto pagado, y fue promovido por Tex Rickard.
El triunfo por puntos para Tunney fue discutido y mencionado permanentemente como la batalla de la cuenta larga, pues el campeón se fue a la lona en el asalto 7, y el réferi, Dave Barry, no inició el conteo debido a que Dempsey no cumplió con retirarse a una esquina neutral como lo ordenaba la regla que precisamente era estrenada aquella noche. Cuando finalmente lo hizo, unos dicen que habían pasado 19 segundos, tiempo más que suficiente para que el campeón del mundo, con excelente preparación, se recuperara por completo y procediera a continuar con su dominio, que finalmente lo llevó a mantenerse sobre el trono.
Como otras historias, que no hay forma de comprobar si fueron ciertas, se dijo entonces, y ahora, que el tristemente célebre Al Capone apostó 50 mil dólares a favor de Dempsey.
Después de eso, el rey pesado se casó en Roma, con Marie Josephine Lauder, de Connecticut, matrimonio del que nacieron cuatro hijos: Gene, John, Jonathan y Joan.
Tunney realizó una defensa más. Puso fuera de combate al neozelandés Tom Heeney, y decidió retirarse para siempre de los cuadriláteros. El ex campeón dejó vacante el trono, y se dedicó a negocios inmobiliarios, multiplicando lo que había ganado en el ring, y convirtiéndose en un hombre millonario y director de varias compañías.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de su país lo nombró responsable del programa de educación física de la Marina estadounidense. Ya en el retiro, presentó al mundo dos autobiografías. Una de ellas titulada Un hombre debe pelear, y la otra, Brazos para vivir; la primera en 1932, y la última, en 1941.
Por Víctor Cota
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