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Joselito Adame, romántico triunfo en Las Ventas

DEPORTES

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Joselito Adame había toreado francamente bien toda la tarde. Había estado centrado, profesional y maduro, y enseñoreaba esa jerarquía de ser el primer espada del cartel de este sábado en Madrid, donde por primera vez en su carrera asumía tal responsabilidad. Así que la impresión que estaba dejando era la de un torero cuajado, en el marco de una combinación juvenil. Pero en el momento en que se perfiló a matar al sexto toro de la tarde, la impresión que causó entre la gente fue mayúscula porque… ¡se tiró a matar sin muleta! No se lo pensó dos veces el de Aguascalientes: se echó encima de los pitones, sin encunarse, en una suerte que nunca antes había practicado; vamos, algo que no va con él, pero que, en la plaza de Las Ventas, sí tuvo un sentido lógico y muy torero: la demostración de raza que nunca lo ha abandonado; esa que lo mantiene hoy día en su sitio de privilegio entre la torería azteca. Y en este peligroso trance resultó volteado dramáticamente, y luego quedó debajo del toro, en una estampa angustiosa que caldeó mucho el ambiente. Cuando al final consiguió zafarse de aquel peso -literalmente “muerto” que representaba el toro- se levantó hecho un león, con la taleguilla partida a la altura del muslo derecho, una brecha en la cabeza, y el corazón bien puesto. ¡Qué grandeza tiene el toreo cuando lo hacen los toreros machos! La petición de oreja fue clamorosa, pues el público venteño no salía de su asombro al ver a aquel torero entre los pitones del toro, desafiando a la muerte con dos cojones y un desparpajo cuasi guanajuatense… "la vida no vale nada”, como cantó el gran José Alfredo Jiménez, evocando a las románticas figuras mexicanas de la talla de Luis Freg o Juan Silveti Mañón, y más concretamente de Lorenzo Garza o El Soldado, en aquellos mano a mano de los años treintas -a plaza llena, en este emblemático escenario-, así como a otros tantos valientes que han regado su sangre en el intento de atrapar un sueño. Y Joselito lo ha conseguido; es decir, ha dejado en claro quién manda hoy en el toreo de México y ahí está su ejemplo para aquellos que quieran seguirlo. Porque para hacer lo que hizo, hay que estar muy cuerdo; ser consciente de que aquí, en esta complejísima profesión, no hay cabida para las medias tintas: Se es o no se es, esa es la cuestión, que nos dejó Shakespeare. Así que aquella vuelta al ruedo fue saboreada, lenta, casi como si hubiese sido de Puerta Grande, que ya llegará cuando tenga que llegar. Lo importante es que ahora han visto en Madrid a un torero curtido en infinidad de batallas -fuera y dentro del ruedo- y a un artista que busca caminos expresivos más estéticos, que hoy bosquejó detalles de calidad delante de los tres toros que lidió. Sobre todo con ese sexto, que fue el único que permitió andar a gusto, y al que Joselito toreó por nota, con suavidad y mimo; con las zapatillas clavadas en la arena y la pasmosa claridad de ideas del que se siente dueño de la situación, sin complejos, con la seguridad que otorga ser un hombre humilde y saber dónde se está parado y hacia dónde se camina. Que ya son diez años de lucha intensa y sacrificio; de ir sorteando todos esos avatares que tiene la vida de un torero. Y ahí está, al final, esa inmensa recompensa: el reconocimiento a una forma de ser y de sentir. Ese es el logro más relevante. La corrida fue un fiasco ganadero por donde se mire. Los de El Torero eran toros bastos, desiguales de hechuras, con alguno hasta burrieciego como el quinto, que no permitió ningún lucimiento a Ginés Marín o Francisco José Espada, los dos jóvenes alternantes del mexicano. La noticia triste fue la severa conmoción cerebral que sufrió Espada con el toro de la ceremonia, al que toreó con mucha firmeza y magnífica actitud y que le echó mano entrando a matar, dándole una paliza de órdago. Por eso Joselito tuvo que matar al segundo del lote del torero de Fuenlabrada, y a los dos de su lote, con los que, como quedó apuntado líneas arriba, había estado muy solvente, pero sin llegar a calar demasiado en el público por la falta de raza y transmisión que fue una constante de los ejemplares de la divisa andaluza. Ginés también apostó y lo intentó, pero sin buenos resultados, no obstante que venía con la moral por las nubes tras su reciente triunfo de puerta grande del jueves pasado. El extremeño se concretó a estar valiente y dispuesto con un lote infumable. De tal forma que, en el último suspiro de una tarde que parecía intrascendente, Joselito Adame se sacó de la manga un triunfo inolvidable, que viene a engrosar su cuenta personal de cuatro orejas a lo largo de doce actuaciones en Madrid. Y todo porque tuvo la astucia -y el tremendo arrojo- de sorprender a todo mundo con esta peculiar estocada que le valió el corte de una merecida oreja. Y más que eso, dejar este pasaje como uno de los más originales y temerarios de la presente Feria de San Isidro. Y eso también vale. Aquí lo que cuenta es dejar huella. FICHA Madrid, España.- Plaza de Las Ventas. Decimoséptimo festejo de la Feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada en tarde de calor bochornoso. Toros de El Torero, feos de hechuras y de poco juego en su conjunto. Pesos: 545, 537, 520, 571 y 549 kilos. Joselito Adame (azul pavo y oro): Silencio en su lote, silencio y oreja en el que mató por Espada.  Francisco José Espada (coral y oro): que confirmó su alternativa: Ovación rumbo a la enfermería.  Ginés Marín (verde esmeralda y oro): Silencio en ambos. El parte médico de Francisco José Espada: “Traumatismo craneoencefálico con pérdida de conciencia de cinco minutos de duración. Traumatismo facial pendiente de estudio radiológico. Se traslada al Hospital San Francisco de Asís con cargo a la Fraternidad. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia. Firmado: Doctor García Padrós”. Por su parte, Joselito fue atendido en la enfermería al final de la corrida, donde se le apreció una contusión en la región cresta ilíaca derecha, así como erosiones múltiples en el cuero cabelludo. Por: Juan Antonio de Labra