Cuando escuchas la palabra aquelarre, casi en automático vienen a la mente imágenes de brujas, calderos y hechizos. Sin embargo, la creación de este concepto está ligada a una injusticia histórica que fue el principio del fin de la Santa Inquisición.
De acuerdo con numerosos estudiosos, aquelarre proviene de la palabra vasca akelarre, que significaría Prado del Macho Cabrío o Prado de las flores de alka. La primera acepción estaría más relacionada con el concepto clásico de la brujería y la adoración del demonio.
Sin embargo, eruditos como Gustav Henningsen señalan que la construcción de la palabra y el concepto en sí fueron inventados por los propios religiosos de la Santa Inquisición para poder acusar a las personas de realizar reuniones con fines brujeriles.
Para el antropólogo Mikel Azurmendi, la palabra y el concepto fueron acuñados por el inquisidor Juan del Valle Alvarado, quien formó parte de uno de los procesos más famosos y viciado contra la hechicería: el de las brujas de Zugarramurdi.
Brujería: entre hierbas y tradiciones
A diferencia de otras sociedades europeas, se considera que las de los vascos suelen ser matriarcales, donde las mujeres tienen un peso mucho más importante en la toma de decisiones y en los saberes.
Por siglos, el intercambio de conocimientos de herbolaria heredado de generación en generación era transmitido por mujeres, muchas de las cuales hacían excursiones a los montes en grupos relativamente grandes por varios días.
Sin embargo, con la Edad Media el oscurantismo se apoderó de muchas zonas de Europa, haciendo que este tipo de conocimiento quedara sepultado entre acusaciones de supersticiones y hechicerías.
Cientos de personas murieron injustamente acusadas de brujería por los tribunales de la Santa Inquisición, los cuales no dudaban en emplear torturas verdaderamente diabólicas para extraer la verdad que necesitaban. Así se acusó principalmente a mujeres, pero también a hombres y animales, a lo largo de décadas.
El proceso de Zugarramurdi y el fin de la Santa Inquisición
Zugarramurdi es una pequeña región del País Vasco, cercana a la frontera con Francia, donde se llevó a cabo uno de los procesos contra las brujas más famosos de la historia. Fue una auténtica cacería de brujas que terminó con la vida de 88 personas, la mayoría quemadas en la hoguera.
Una mujer, que había regresado de Francia a la villa de Zugarramurdi, acusó a varias de sus vecinas de realizar reuniones demoníacas, lo que llamó la atención de la Santa Inquisición que decidió realizar un proceso en el lugar.
Esto llevó a un gran proceso judicial realizado en Logroño del 6 al 8 de noviembre de 1610, donde se acusó a decenas de personas de pertenecer a sectas brujeriles y hacer actos que iban en contra de la moral cristiana.
En ese juicio fueron ajusticiadas en Logroño ocho personas, mas 13 que murieron mientras se encontraban presas en la ciudad, además de otras ochenta en Lapurdi, en el País Vasco francés. Todas torturadas y quemadas en la hoguera.
Sin embargo, a pesar de todo, este proceso ayudó a que se repensara la forma en la que se llevaban a cabo los interrogatorios y las acusaciones de brujería, las cuales eran castigadas con la pena de muerte porque se consideraban injurias contra el rey, investido por autoridad divina.
Alonso de Salazar y Frías, uno de los tres inquisidores que llevó el proceso de las brujas de Zugarramurdi, recopiló más de mil testimonios, habló con la gente de la región y recopiló pruebas que demostraron que no existían vestigios de hechicería en la localidad.
Fue tanta la presión que realizó que consiguió que, en 1614, las autoridades eclesiásticas reconocieran los errores en el proceso y prometieran nunca jamás juzgar a nadie por brujería y, mucho menos, ejecutarlas.