Cuando Cúpula, de El Heraldo de México, me buscó pidiéndome una reflexión sobre la música en tiempos de COVID y post-COVID, mi primer impulso fue rechazar la invitación, ya que lo mío, lo mío, es hacer canciones populares exitosas y música para teatro, cine, publicidad y televisión. Nunca he sido un escritor más que de letras de canciones, y estas siempre son cortas (a menos que lleve un rap integrado o algo así, raro). Así que, de antemano, les pido disculpas a los intelectuales y gente culta que llegan a leer esto. Pero lo que sí les puedo ofrecer es una perspectiva totalmente honesta de cómo veo las cosas en la música en esta época de cuarentena perpetua.
Parte de mi inseguridad en relación a escribir en el idioma español, es que nunca estudie en México. Mi mamá, Emilia Guiú, fue una de las estrellas del cine nacional en la Época de Oro, y fue estelar de más de 60 películas mexicanas. Compartió el escenario con todos los grandes actores de su época —algunos que yo recuerdo: Pedro Infante, Cantinflas, Ricardo Montalbán, Jorge Negrete, Tin Tan, entre otros —. Cuando yo tenía dos años, mi mamá se divorció de mi padre, el médico pediatra Guillermo Méndez Amezcua, y aceptó ir a una gira de varios meses con un espectáculo grande, patrocinado por una cervecera. El tipo de show que se presentaba era similar a los del Teatro Blanquita en su mejor momento. Viajaban cómicos, músicos, bailarines, magos y también actores que hacían “sketches” cómicos. En esta gira estuvo siguiendo a mi madre C un señor ranchero mexicano-americano llamado Abraham Piceno, con quien finalmente se casó y nos mudamos a Estados Unidos, donde viví los primeros 19 años de mi vida.
Mi educación completa fue en el idioma Inglés, hasta soñé en ese idioma por muchos años. Mi español fue mejorando a partir de las visitas a la Ciudad de México, en vacaciones, donde vivía mi padre, aunque siempre de manera autodidacta; sin embargo, poco a poco fui aprendiendo el idioma, escuchándolo, e imitándolo de “oreja” como decimos los músicos.
A los 19 años llegué a quedarme en México por el primer periodo de 10 años consecutivos. En esa época, empezó mi carrera como músico profesional, compositor, arreglista, productor y director de orquesta.
En 1982, me llegó la oportunidad de crear el sonido musical del grupo Timbiriche y también de escribir, arreglar, dirigir y producir su primer álbum y varios más, posteriormente. Lo que la gente no sabe, es que por mi inseguridad con nuestro idioma, yo no quise escribir ningunas de mis letras de las primeras canciones, así que junté un gran equipo de letristas: Pedro Damián, Amparo Rubín, Álvaro Dávila, entre otros, para que fueran mis coautores.
Me animé por primera vez a escribir una letra yo mismo cuando hice la canción “El gato rocanrrolero”, pensé que era un tema que nadie tomaría muy en serio, ya que era bastante surrealista. Sorpresivamente tuvo buena aceptación y empecé a tener un poco más de confianza como letrista. No fue hasta el disco doble de Timbiriche, llamado 8-9, que me encontré en una situación difícil, en la que tenía que entregar al día siguiente, 2 canciones importantes para ese álbum y no podía encontrar a ninguno de mis letristas favoritos. Sin otro remedio, me animé a escribir yo mismo las letras que resultaron en las composiciones “Ámame hasta con los dientes” y “Me estoy volviendo loca”, que acabaron siento grandes éxitos para Timbiriche.
"Me reconozco como un compositor simple, no un poeta, intelectual o culto, que tiene la capacidad de expresar cosas complicadas de una manera sencilla".
A partir de ese momento, entendí que tal vez lo que yo creía que era mi más grande deficiencia como autor, podía ser una bendición disfrazada, ya que mi uso del idioma era tan básico y limitado, que eso hacía que mis canciones fueran muy populares, ya que cualquier persona podía asimilarlas y aprendérselas fácilmente. Me reconozco como un compositor simple — no un poeta, intelectual o culto —, que tiene la capacidad de expresar cosas complicadas de una manera sencilla. Esta sencillez es obvia cuando escuchas canciones, como “Te quiero tanto, tanto”, que escribí para OV7.
Me imagino que todo esto se los estoy compartiendo porque hoy, de nuevo, estoy sintiendo esa gran inseguridad que no sentía desde los 80, al aceptar el reto de escribir este artículo. Pero ya que se los confesé, intentaré hacer lo mejor que puedo para ustedes y para Cúpula.
En este momento, al sentarme con papel y pluma, a la antigüita, me pasa lo que muchas veces me ha pasado cuando me siento a componer una canción: al principio lo único que me llega es literalmente nada, lo que me hubiera puesto en pánico hace tiempo, pero gracias a mis estudios espirituales de muchas culturas, he aprendido que la NADA, realmente es la expresión más pura de eso que llamamos DIOS, en algunas religiones. En la cábala por ejemplo, la forma de expresar lo que nombramos la fuente de todo, es precisamente la nada.
Para simplificar este concepto místico en general, podríamos decir que “de la nada, sale todo”. Otras tradiciones dicen que la NADA es el estado de meditación de donde surge todo lo manifiesto. La NADA y el TODO en realidad son dos lados de UNA SOLA COSA ABSOLUTA y TOTAL.
¿Qué tiene que ver todo esto con la música en tiempos de COVID? Pues que aquí en el mundo físico, la NADA se expresa como una sensación de vacío, de ausencia, y es justo el vacío lo que más he sentido personalmente en relación a la música, durante estos tiempos de COVID. No me refiero a que no he sido productivo, la verdad en mi caso he compuesto y coescrito varias canciones nuevas. Al estar encerrados tanto tiempo, tal vez algunos hemos escuchado más música que nunca y tal vez esa música ha logrado llenar los huecos de nuestras almas.
La música tiene la capacidad de acompañarnos en cualquier lugar, y en todo momento, y ahora la tecnología nos permite almacenar en nuestro pequeño celular, lo que antes representaba una colección enorme de álbumes físicos que ocupaban espacios considerables, pero independiente de eso siempre tenemos una voz humana con la que podemos hacer música, y porque cualquier objeto que nos rodea puede ser un instrumento musical, mínimo uno de percusiones.
El vacío del que quiero hablar es el que viene acompañado con miedo y una sensación de vulnerabilidad que genera la falta de trabajo, la baja en ingresos, regalías, sueldos, y por las rupturas emocionales y de relaciones rotas que también se han dado como consecuencia de esta crisis.
Para algunos compositores también hay un exceso de silencio que prevalece en estas épocas, porque nuestra música ha dejado de sonar por tanto tiempo en lugares comerciales, restaurantes, antros, conciertos, etc. También en la inspiración se ha sentido ese silencio y vacío para muchos creativos. Ya que la inspiración es realmente un acto espiritual, es una especie de meditación en acción, es el estado que permite recibir la creación —y el artista es un canal que recibe el arte y lo manifiesta en el mundo exterior—.
Pero en estas épocas de crisis por el COVID, las condiciones ideales creativas son casi imposibles de tener para la mayoría de nosotros. Y por si esto fuera poco, recientemente una Cámara de Diputados desinformada, o confundida, logró derrotar la propuesta de la Reforma a la Ley del Derecho de Autor, para incluir el Derecho de la Copia Privada, que es no sólo un derecho humano, sino un derecho de todo creador de contenido. Esta ley ya es vigente desde hace mucho tiempo en la mayoría de los países más evolucionados. Ya son 74 naciones del mundo que han pasado esta reforma y así han logrado generar un gran apoyo y una compensación para todos los creadores, en todas las ramas artísticas.
Es sabido que somos capaces de utilizar los momentos de crisis para crear grandes obras (todos los estados anímicos humanos pueden ser útiles para inspirarnos de una manera u otra); estar en el infierno y tratar de que desde allí salga arte que sane y levante el espíritu, no es nada fácil, aparte de ser un proceso muy desgastante. Los que hemos decidido ser artistas o creadores de algún tipo seguimos entregando todo nuestro amor, sudor y lágrimas para continuar ofreciendo lo que hacemos.
En relación a la música post-COVID, México es uno de las naciones en donde se ha producido excelente música popular. Pero ahora, cada día se vuelve más difícil vivir de este arte. Sería muy triste para nuestro país que nuestros creativos ya no puedan vivir de lo que más aman, que tengan que dedicarse a cualquier otra actividad para sobrevivir. Esperemos que México no mate el espíritu creativo al abandonar a sus hijos creadores.
En las culturas más sensibles, los artistas fueron respetados, cuidados, incluso considerados como dioses humanos, ya que lo que ellos nos ofrecen como arte es algo que viene directo de la creación misma. Deseo que México despierte a reconocer el tesoro que existe en sus creadores, lo que valen para nuestra cultura y nuestra sociedad. Esperamos que nuestra nación despierte a la importancia que tienen estos individuos realmente y que nuestro gobierno nos cuide, nos proteja y respete, creo que los creadores nos merecemos estas cosas, al igual que nuestro país merece la abundancia de creativos mexicanos.
VIDA PARA LA MÚSICA
- Cuando Memo tenía 2 años de edad, su mamá decidió radicar en Arizona, Estados Unidos.
- Su regreso definitivo a la Ciudad de México sucedió en 1972, para dedicarse de lleno a la música.
- Ha sido productor musical de programas de TV como Plaza Sésamo, Cantando por un sueño y T. V. O.
- Méndez Guiú también ha compuesto música original para cinco películas y cuatro obras de teatro.
Por Memo Méndez Guiú
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