GASTRONOMÍA

Su buen comer

De incondicional amistad, rodeado de filosofía, poesía y pintura, el artista encontró en la mesa compartida uno de los grandes placeres

CULTURA

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Su buen comer. Foto: Cortesía Familia CastañedaCréditos: Foto: Cortesía Familia Castañeda

Como se rompe el horizonte, también se rompe el cielo.

Jugar, pensar, sentir, amar y rezar; hay hombres y mujeres a quienes se les dio y se les dará ese don.

Este hombre agraciado con esas cualidades es mi padre. Su entorno familiar, la incondicional amistad de los suyos, la filosofía, la fotografía, la poesía y especialmente la pintura, eran su receta personal en una de las horas del día. Para los que lo conocieron y tuvieron la oportunidad de compartir cenas, comidas e interminables tertulias, sé que habrán entendido su mensaje. El horizonte de la tierra con sus pastizales, esos mares de azul profundo delimitados por la línea que zurce a las nubes con el cielo, y la mirada hacia adentro, manejaban sus coordenadas.

Como hijo, contaré algunos secretos de su buen comer. De niño comía cocina española en casa…  Más tarde, con amigos de la carrera de Arquitectura, compartía gastronomías de otras partes del mundo. Se enriquecieron entre ellos, creando un abanico de sabores de otros países que forjaron su paladar.  Antes de graduarse, se tomó un año sabático para visitar Europa. Madrid, París, Lisboa: un recorrido por la Península Ibérica, visitada concienzudamente, lo dejó marcado para siempre. La arquitectura vista y oída en primera persona.  El campo español, con su variedad de paisajes, pequeños templos, catedrales, viñedos y rincones secretos, acabarían formando parte de su libro íntimo de inspiración. Como anécdota, pasaba mucho tiempo en el Museo del Prado contemplando El jardín de las delicias del Bosco. Un día, el guardia de la sala lo invitó a ver la parte de atrás de los paneles del tríptico. Tuvo que esperar a que los visitantes abandonaran la sala.

Europa lo rompe por dentro, y al regresar a México se quiebra con el nuevo ideario de su vida. Termina el año de Arquitectura y empieza con seriedad y profundidad a construir a su propio personaje. Un hombre con barba que se desdobla. Su obra toma un camino de no retorno. En los inicios pintaba su autorretrato carente de globo ocular, más tarde evoluciona y se reinventa con un personaje que le lleva a ser el artista de la mirada que te desnuda.

Volviendo a la cocina, hay un encanto casi infantil... El descubrimiento que rompe todo es el entendimiento profundo que tiene con mi madre. El amor eterno, como dice ella. Las cocinas autóctonas de Puebla, Morelos, Guerrero y Oaxaca. A partir de ese momento, las comidas y las cenas en casa se volvieron banquetes para muchos de sus amigos. Mentiría si no dijera que cada semana teníamos comensales que agradecían las tertulias, la comida y el amor sobre una mesa bien puesta, con una botella, o muchas, de vino. Recuerdo las sobremesas interminables con amigos, que lo son y que lo serán siempre. En familia creamos el restaurante Entre Suspiro y Suspiro. Su arquitectura, junto al edificio donde vivió, son de alguien que entendía las matemáticas racionales y las emocionales. Me quedo con su egoísmo de creador. Su silencio era, para él, algo divino. Sus lecturas no podían ser interrumpidas y sus oraciones de la mañana eran inmaculadas. Pero lo más sagrado era su mujer.

Por Alfredo Castañeda de la Barrera