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Carmen Parra: La presencia del mundo ausente

CULTURA

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Dos imágenes nos faltarán por siempre, señala Pascal Quignard en su libro La imagen que le falta a nuestros días: aquella del día en que fuimos concebidos y la de nuestra muerte. Las echamos tanto de menos que la concepción es un tema tan concurrido en el arte y en el pensamiento como lo es el de la muerte, al punto de tener ambas el rango de sagradas.

Esas dos imágenes ocurren en nuestra vida y, sin embargo, siendo tan próximas, nos eluden. Pero hay otra imagen cuya ausencia nos ha seducido tanto o más: la del otro mundo. Podría decirse que, arbitrariamente, se juntan peras con manzanas: la imagen del otro mundo no se verifica en la vida concreta.

Por tanto, puesto que nunca ha sucedido, no es una imagen que hayamos perdido y no hay ninguna razón de fuerza que nos anime a recobrarla. Todo lo dicho sobre ella sería mera especulación. Pero el hecho de que no suceda de la manera como ocurren las cosas corrientes, no significa que no forme parte de nuestros días. Me refiero a los momentos epifánicos que todos hemos experimentado y que nos hacen pensar, presentir es la palabra, que hay otro mundo aparte de este.

CARMEN PARRA. "Miligramo de alegría", 1993. Acrílico collage sobre tela. Cortesía de la artista. Foto: Cortesía

La tarde en que caminamos y nos sentimos parte del paisaje, en que comulgamos con el estremecimiento de las ramas o el aleteo de un ave, cuando nos asomamos a la ventana y la luz matutina nos reveló una armonía superior. El presentimiento de otro mundo, el de absoluta comunión, es la sustancia que mueve a Carmen Parra. Y a falta del otro mundo en la Tierra, a donde a veces se asoma, la artista decidió edificarlo.

Poética de la carencia y a la vez de la presencia: Carmen presiente el otro mundo y lo invoca, al invocarlo lo evoca y, evocándolo, lo convoca. Tres tiempos: invocación, evocación y convocación. El primero nace de una revelación: existe un mundo de absoluta comunión y éste, misteriosamente, nos ha sido vedado, hay que invocarlo para hacerlo presente. El segundo, se refiere a la evocación, es decir, a la imaginación: Carmen inventa y reinventa el otro mundo.

Lo inventa porque sugiere trazos y motivos que colindan con el mundo de aquí y el de allá, siempre con personajes intermedios, con un pie en nuestro mundo y otro fuera: las mariposas, por ejemplo, papaloteando en su aire etéreo, son símbolo de dos mundos: el de la tierra —cuando eran orugas— y el del aire —sin extendernos en la similitud de su metamorfosis y el concepto de ascensión mística—.

Y lo reinventa porque parte de su obra recurre a categorías y símbolos del cristianismo para redimensionarla. Carmen se ha dedicado a mostrar variaciones del otro mundo, tomando como color de fondo los signos y símbolos de diversas mitologías. Esta reinvención es congruente con la intervención que realiza sobre un cuadro del siglo XVII, La eternidad de lo efímero, es una manera de rescatar y transgredir.

ETERNIDAD CARMEN PARRA
CARMEN PARRA. "La eternidad de lo efímero", 2016. Intervención cuadro colonial s. XVII, Óleo sobre tela. Cortesía de la artista.

Lo que Octavio Paz llamó tradición y ruptura, y que podría explicarse mejor con el retruécano: tradición y traición. Carmen Parra es heredera de un universo ecuménico de imágenes y mitos milenarios. Y mientras la mayoría de los artistas modernos desdeñaron la tradición estética que los precedía —desdén que en México persiste por el arte del Virreinato, una trampa más del nacionalismo—, Carmen se dejó habitar de esa imaginería mística. Puedo imaginarla, casi la estoy tocando: una niña postrada durante horas frente a un altar, conmovida por la belleza y el genio, iluminada por esos signos que siguen siendo los mismos y que por los siglos de los siglos anhelamos habitar: la comunión, la gracia, el amor… Carmen entendió que las alusiones de la pintura mística forman parte de los arquetipos universales: el ángel vencedor no es ajeno a la diosa ciega de la justicia y menos a los anhelos y sueños de equidad que compartimos ahora. [nota_relacionada id=1251989]

El arquetipo de la mariposa es el mismo aquí y en Oriente: un ser que ulula —no vuela, revolotea— siempre a media altura, un ser intermedio entre el mundo de aquí y el de allá. Quizá en vez de hablar de intervención convendría hablar de transfiguración. La metamorfosis de la mariposa, la intermediación de los ángeles, las intervenciones y reinvenciones de Parra son formas de la transfiguración, aluden al tránsito de un mundo a otro, buscando quizás la elevación de la dignidad humana. Las categorías y conceptos arquetípicos de Occidente encuentran su semejante en otras culturas, y Carmen lo sabe. La transfiguración, por ejemplo, confluye con las ideas orientales de transubstanciación o reencarnación: Carmen lo resalta a través de los ejercicios –¿espirituales? – de reinvención y reinterpretación, como quien pasa de una vida a otra. Aquí llegamos al tercer tiempo, la convocación. Las transfiguraciones de Carmen tienen tanto de tradición como de traición, ese veneno que hace que cada artista tenga su propio numen, su duende interior. En el intento de evocar el otro mundo, terminó por convocarnos al suyo; uno que alguna vez se fraguó con los claroscuros caravagianos y que ahora emite una luz distinta –¿iluminación? –. Sus transfiguraciones la convirtieron en una tránsfuga: al recrear el otro mundo concibió uno nuevo. Por su luz, por su manera de asimilar la atmósfera, por sus obras, la reconocerás.

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Por Miguel Maldonado
@Migrerías
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