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Música con M de México

CULTURA

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El amor a primera vista existe, lo sé por experiencia propia; no cabe duda de que marca decididamente esa complicada relación de mieles y hieles que representa el enamoramiento.

En mi caso, debo confesar que mi primer amor no fue a primera vista, sino a primera escucha, ese primer amor fue la música; lo descubrí en mi temprana adolescencia en el rellano de una escalera, con un viejo banjo que mi abuela Julia me regaló, al cual le adapté unas ligas. Así construí mi primera guitarra y me declaré amante de la música.

Varias décadas después, este amor creció exponencialmente y se iluminó de estrellas, cuando tuve el orgullo y el honor de participar en la realización del Pabellón de México en la Expo Universal Sevilla 92. Además de la conceptualización del recinto, su musicalización y su contenido, pudimos llevar la gran diversidad de expresiones musicales del país, con más de 40 artistas: La Maldita Vecindad, Luis Miguel, Eugenia León, Garibaldi y el Ballet de Amalia Hernández, entre ellos. De los momentos más emotivos fue ver ondear nuestro lábaro patrio y escuchar –con los ojos humedecidos– el Himno Nacional. Así, mi percepción de la mexicanidad se convirtió en esa emoción que navega entre lo heroico y lo estoico, como a muchos nos sucede cuando en el extranjero escuchamos el: “Mexicanos, al grito de guerra…”. Al paso del tiempo, ambos conceptos: el de la música y el de lo mexicano, han ido madurando, y ahora comprendo que la “M” de México tiene un sentido musical que se traduce en los múltiples paisajes sonoros de mares, montañas y mesetas que le dan el sabor y el saber que permean nuestra identidad.

La “M” de música es la letra capitular de magia, mitología, madre y muerte, conceptos de nuestras expresiones sonoras; pero en la concepción de la música mexicana, la “M” de mestizaje es una constante histórica, para referirnos a la Historia con mayúscula o a las historias que se cuentan con palabras, voces y notas en el pentagrama. Para tratar de explicar la esencia y estrecha relación entre la música y nuestra identidad, acudo a la “X” de México, y me permito parafrasear al regiomontano universal Alfonso Reyes:

“Tal jeroglifo que esconde la figura…
en esa persistente equis de los destinos,
estrella de los rumbos,
cruce de los caminos”.

La música en nuestro pasado precolombino tenía un carácter religioso, pero como no existía una notación musical, podemos imaginarla a través de los códices, pinturas murales y los testimonios de los cronistas.

Netzahualcóyotl, el rey poeta, hace referencia a la música cuando en su “Canto de Primavera” nos dice:

“Libro de pinturas es tu corazón,
haces resonar tus tambores,
tú eres el cantor, alegras a la gente”.

Una vez que se concreta la Conquista, del choque de dos mundos, y de la suma y resta de dos concepciones cósmicas, surge el mestizaje cultural que identifica la mexicanidad. Esa capacidad y talento superlativo para armonizar dos concepciones, que podrían ser disímiles o aún opuestas, están presentes en la “M” de la música de México y la “X” que indica su cruce.

Existen ejemplos como el mariachi, uno de los legados inmateriales de la cultura mexicana, que tiene su origen en los grupos que amenizaban las fiestas de la región jalisciense en el siglo XVIII y que eran conocidos con el término francés “mariage”, que significa boda; aunque también puede ser interpretado como homenaje a “María-Chi”, la madre de Dios.

En la historia musical de México, el sincretismo ha producido géneros como el son, el danzón, la trova, la tambora, la polka o el bolero, que resultan de la comunión de nuestras tres raíces: la indígena, la europea y la africana. También, nuestro país es un poderoso escaparate y plataforma de innumerables estrellas, grupos y géneros extranjeros que, a través de medios masivos orgullosamente mexicanos, como la radio, la televisión y el cine, siguen llevando a niveles globales el talento de artistas hispanoparlantes.

Regresando a mi experiencia, de niño tuve la dicha de acompañar a mi padre a la XEW, “La voz de la América Latina desde México”; y más tarde, a las instalaciones de Televicentro. Ahí vi y escuché a las grandes estrellas de la música mexicana: Agustín Lara, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Los Panchos y Marco Antonio Muñiz, entre otros. Más tarde, ya como productor de espectáculos y programas musicales, fui testigo y cómplice de la revolución musical de la generación popera y rockera que hoy sigue vigente en la retromanía; al mismo tiempo, realice grandes conciertos y festivales, como el de Acapulco o espectáculos en el Estadio Azteca. Pude disfrutar detrás de cámara y al frente de los escenarios, recitales de Juan Gabriel, Alejandro Fernández, Los Tigres del Norte, Bronco, Los Ángeles Azules, pero también la presencia internacional de grandes ídolos mundiales como Celia Cruz, Rod Stewart, Michael Jackson, Elton John, y una lista interminable de grandes momentos que atesoro en mi memoria.

Hacer un recuento de las muchas y muy variadas épocas de la música mexicana nos llevaría muchas reflexiones que entrelazarían lo percibido como culto y lo etiquetado como tradicional, pero es un hecho que los mexicanos, estemos en la época en que estemos, nos hallemos en el lugar en que nos hallemos, y tengamos la edad que tengamos, acudimos a nuestra memoria musical, como ese gran tesoro que nos enriquece e identifica, como cuando dice la canción:

“… muy lejos del suelo donde he nacido,
inmensa nostalgia invade mi pensamiento”.

La música es al mismo tiempo arte y ciencia, psicología e historia, tecnología y cultura; provoca una experiencia que impacta siempre de manera distinta en quien escucha los sonidos, ruidos y silencios que se combinan en la creación de un mensaje musical.
La música es un lenguaje y fenómeno universal que marca el ritmo de los tiempos, y en todo momento de la mexicanidad; la música es, por decirlo de una manera, el “soundtrack” de nuestra vida, de nuestras raíces colectivas. Para nuestro goce, sigue creciendo, evolucionando y enriqueciendo nuestra existencia.

No cabe duda que el primer amor nunca se olvida. Mi amor por México y por su música seguirán siendo la marca indeleble de mi destino, hasta que otra “M”, la de la muerte, llegue hasta mí. Entonces pediré que me canten las mexicanísimas “Golondrinas”.

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Por Luis de Llano Macedo

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