Al norte de México, entre la pródiga superficie minera que sobrevivió a los saqueos durante la Revolución, se asoma una radiante joya rosada que se sacude las costras de la guerrilla para ofrecer magia, tradición y encanto para quienes la visitamos.
Se trata de Zacatecas, una de las ciudades más bellas por su arquitectura en cantera fucsia que pareciera contar las proezas de quienes llevaron a cabo las revueltas para combatir la mezquindad de los hacendados, defender las libertades agrarias y devolver las propiedades a los campesinos en 1910 bajo el eterno Tierra y Libertad que hoy día vive en el corazón de varios jóvenes con ideales de lucha y unidad.
Bajo este anzuelo – y con la ilusión de quien rasca un boleto de lotería – cogí mi maleta, un bolígrafo, una libreta y tomé norte hacia la tierra del zacate para disfrutar los encantos que convida esta pintoresca ciudad que a su vez es cosmopolita.
Apenas el sol le pegaba en la cara a las construcciones del Centro Histórico, motivo suficiente para deslizarme con el impulso del viento hacia la imponente Catedral de la Asunción y su colorida fachada que refleja el churriguerismo en su máxima expresión. Los oleos que viven en la inmortalidad de sus muros provocaron en quien les escribe un vendaval de sentimientos al momento de apreciarlos: hicieron que reflexionara sobre varios tópicos de la existencia, siempre apegado a mi intrínseca personalidad.

Con la esperanza intacta – y con la prisa de un carterista – deambulé por un sendero de autonomía para llegar al Cerro de la Bufa y sus estoicos cañones, mudos testigos de las cruentas batallas revolucionarias durante la dictadura de don Porfirio. Repentinamente una atmósfera de lucha invadió cada célula que habita mi cuerpo para enfocar mi atención en una escultura de dos hombres de barbas largas montados en sus caballos que me hicieron recordar aquella frase que solía decir un presidente chileno “ser joven y no ser revolucionario es hasta una contradicción biológica”. Vaya que tenía razón el sudamericano.
Mucho porque en cada rincón de esta ciudad se palpa la mexicanidad rebelde de manera fulminante. Aún más porque tomarse un tiempo para recorrer las joyas de nuestro país trae consigo varias maravillas: nos permite apreciar la nostalgia del ayer, el anhelo del ahora y el suspiro del mañana.
Escribo de Zacatecas porque es una ciudad cimentada en las columnas de la libertad. Escribo de Zacatecas porque es parte de mis raíces y porque quiero hacer explotar la pólvora de la pluma con la que comparto estas líneas.

Redacción Digital El Heraldo de México