Un niño pelirrojo de short y botas llegó de la mano de Don Tomás al gimnasio de boxeo del CODE Jalisco. Ese pequeño de 13 años aún no tenía desarrollo deportivo, ni apodo, ni fama, pero aquel, que fue su primer entrenador, sabía que un día lo tendría todo. Ese día llegó el 15 de septiembre, cuando levantó el Cetro Medio del CMB, tras una dura batalla ante el kazajo Gennady Golovkin.
Pero mucho antes, 14 años antes de levantar el Cinturón Chiapaneco del CMB, en aquel enero de 2004, Don Tomás presentó a aquel pequeño llegó con el entrenador Antonio Crespo y le presentó al pequeño como ‘Santos Saúl Barragán Álvarez’, para iniciar así sus primeros paso en el cuadrilátero.
En cinco meses de preparación, Saúl clasificó a su primera Olimpiada Nacional Juvenil y ganó plata. El sinsabor de llegar a la final y no culminar el torneo invicto, lo retó a dedicarse con más ahínco.
Tras vencer deficiencias técnicas y tácticas, superar básculas y eliminatorias, Saúl llegó con contundencia a la final de la Olimpiada Nacional Juvenil y se consagró con el oro de los 60kg., tras vencer en la final a Rafael Cobos, de Baja California. Con el título en sus manos, se despidió de los rings amateurs. “Su segundo año fue completo y exitoso, muy contundente; desde entonces ya entrenaba con ‘El Chepo’ Reynoso y ya lo encaminaban al profesionalismo, lo debutaron a los 15 años de edad”, recuerda Crespo.
Tras dos años de exigencia, Crespo se despidió de Saúl, que ya llevaba un nombre, un apodo y dos medallas sobre sus hombros; lo único que dejó fue añoranza. “De entonces hasta ahora, en Jalisco no hemos tenido a un boxeador con el nivel físico natural que tiene él. ¡Son 12 años y no hemos visto a otro igual!”.
POR KATYA LÓPEZ
“Desde chico fue un atleta muy fuerte, demasiado fuerte. Su mayor recurso estaba en su fortaleza física y poco a poco mejoró en otras áreas”, recuerda Crespo, al hablar del Canelo.

“Hubo dos cosas importantes en esos dos años: tenía recursos limitados de coordinación, falta de pensamiento táctico y poca movilidad en piernas, pero era demasiado dedicado, trabajaba muy muy fuerte. Lo llevé a Cuba a un campamento de un mes de preparación y elevó mucho su nivel, allí aprendió a cortar el paso y mejoró en todos los aspectos. Se dedicó mucho”, agrega el técnico.Antes de clasificar a su segunda Olimpiada Nacional, Saúl debía asistir a eventos eliminatorios y su peor rival no estaba en el ring. “¡Era muy tragón! Le encantaba comer hamburguesas. Siempre batallaba mucho con eso para pelear en su división; de hecho, en un Torneo Regional de Olimpiada Nacional en Michoacán, tuve que envolverlo en una lona y dejarlo al sol unos minutos para que pudiera bajar y diera el peso”, recuerda Antonio, quien entonces vivió angustia, pero hoy recuerda entre sonrisas cada momento.

