Todo empezó con Trump. O bueno, quizás no fue así. Pero para una joven generación, escuchar al entonces candidato declarar que los mexicanos son criminales y violadores fue el primer contacto con un discurso político de odio.
Su llegada a la Presidencia no mejoró la situación: marchas neonazis, banderas confederadas, panfletos del Ku Klux Klan.
Del otro lado, un sector que exige se sancionen estas expresiones, pero ¿es posible hacerlo? Jurídicamente, no.
Entre los derechos políticos de cada individuo está el de la difusión de ideas, a la expresión, a la asociación. Si no se daña directamente a alguien, la manifestación de ideas –incluso el discurso de odio– debería ser tolerada.
La polémica no es nueva. Si bien la retórica de Trump la ha traído a la mesa, se ha escrito al respecto desde hace décadas.
Cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial, el filósofo Karl Popper desarrolló en la sociedad abierta y sus enemigos, la paradoja de la tolerancia.
En ella plantea que si se extiende una tolerancia ilimitada incluso a quienes son intolerantes, estos lucharán contra los tolerantes y, así, la tolerancia será destruida.
Su contexto fue de crímenes de odio, los cuales quizás iniciaron como una consigna discriminatoria en la pancarta de una marcha. Es por ello que el discurso de odio, a veces disfrazado únicamente de libertad de expresión, debe ser cuestionado siempre.
MARIANA ROSAS GIACOMÁN (CIENCIAS POLÍTICAS)
[caption id="attachment_398232" align="aligncenter" width="458"] Piensa joven. Ilustración: Allan G Ramírez / Heraldo de México[/caption]
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Martes 10 de Diciembre de 2024