Las apariencias sí engañan. De la foto de un cadáver publicada en las páginas de un diario se pueden desprender cientos de historias. Como ocurre con el personaje de la novela Morirás lejos de José Emilio Pacheco que leía el Aviso Oportuno en la banca de un parque. ¿Quién era? ¿Un desempleado, un espía?
El cuerpo inerte del que hablo salió en la sección de los crímenes del día. Como los fotógrafos de ese periódico tenían un ángel de la guarda que les avisaba del lugar exacto de la tragedia podían reproducir todos los detalles. Para reforzar el impacto de la imagen, el reportero echaba mano de los adjetivos necesarios y emitía el juicio correspondiente. La recreación perfecta. Todo lo que sea necesario para atrapar al lector.
Pero ese ser humano que yacía en el piso de un cuarto de vecindad tenía una historia precisa que las prisas del periodismo (y del lector/“ojeador”) no pudieron/quisieron contar. Fermín no se había suicidado como decía la nota. Su familia tenía un peritaje que no concordaba con la versión oficial.
Con el tiempo se supo que había sido asesinado por el amante de su esposa. Pero esa historia ya no será impresa y, como no es una serie de Netflix, no le daremos seguimiento puntual, ni nos importará si atraparon al asesino. Otros crímenes ocuparán las páginas de los periódicos -y ahora- del ciberespacio.
Joan Fontcuberta dice que hoy las imágenes “son mucho más escurridizas y, por tanto, también más difíciles de controlar”. Y agrega en su libro La furia de las imágenes: “somos voyeurs de vidas que no son las nuestras y de las que acabamos sintiéndonos coprotagonistas”.
El vértigo de las imágenes subyuga. Tenemos prisa por compartirlas No hay tiempo de procesarlas, hay que reenviarlas por mensajería instantánea para que el otro se emocione con nosotros. En la película El padrino, Santino Corleone ordena que se destruya la cámara de un fotógrafo que se coló a la boda de su hermana. Sin registro el mensaje podía detenerse.
Pero esa época ya no existe, en el presente las imágenes furiosas llegan sin mediación a los ciudadanos. En Equalizar 3, filme protagonizado por Denzel Washington, el mafioso de un pueblo italiano (ah, ese lugar común tan socorrido) está a punto de matar a docenas de personas, pero cuando se da cuenta que alguien está haciendo un “en vivo” desde esa arma letal llamada teléfono celular, se detiene y huye.
Me quedo con las palabras del profesor Joan Fontcuberta: “Como si fuesen impelidas por la tremenda energía de un acelerador de partículas, las imágenes circulan por la red a una velocidad de vértigo; han dejado de tener el papel pasivo de la ilustración y se han vuelto activas, furiosas, peligrosas…”
Por Daniel Francisco
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74
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