El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció una pausa en la relación con las embajadas de Estados Unidos y Canadá, debido a sus posiciones públicas sobre la reforma judicial. Al margen de las posturas de cada parte, y de que diplomáticamente no hay una formulación de "pausa", llama la atención el manejo público de un diferendo que bien pudo y probablemente debió hacerse en privado porque ahora ya no involucra solo al presidente de México y a los embajadores de sus principales socios comerciales y de inversión, sino al congreso estadounidense, probablemente al mexicano, y la presidenta electa de México.
Bien podría decirse que hubo una comedia de errores en la que intervinieron quien sabe si la inquietud, ciertamente la falta de comunicación o de interlocución y la falta de lo que podría definirse como "saber hacer". Y en alguna medida corre a cargo de tres personajes que están de salida: el presidente López Obrador, el embajador Ken Salazar y el embajador de Canadá, Graeme C. Clarke, que está ya en su periodo de despedida. En principio, la medida es más una expresión de disgusto ante lo que el presidente López Obrador considera como conducta incorrecta de los diplomáticos, pero que desde el lado de aquellos no era más que una expresión de sus inquietudes y las de sus gobiernos respecto a las inversiones en México. De hecho, esas inquietudes fueron refrendadas en un comunicado del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, firmado por senadores de ambos partidos. Lo cierto es que por lo pronto, el mandatario mexicano le cerró la puerta al embajador Salazar por lo que resta de su gobierno y que el estadounidense no parece tener muchas más vías de acceso a la interlocución con autoridades mexicanas que a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que para bien o para mal ha sido frecuentemente marginal en este gobierno. Más allá, no son las primeras embajadas a las que el Presidente mexicano envíe al rincón de los niños maleducados. Hace dos años hizo lo mismo con España, por lo que consideró como "faltas de respeto" luego de que el gobierno español se negara a ofrecer disculpas por la conquista de México. La relación económica y cultural con España siguió adelante, y el embajador Juan Duarte Cuadrado, que sigue en su puesto, gusta de presumir que su país es el principal socio comercial y de inversión de México en Europa, pero probablemente no haya tenido mucho contacto con el presidente López Obrador y su círculo íntimo. Así que no está del todo claro lo que signifique la pausa, pues no es un término existente en el rejuego diplomático, pero en este caso sí puede interpretarse como una expresión política de desagrado de un lado que es respuesta a manifestaciones públicas de desagrado del otro. Lo malo es que no se haya dado, como debió ser, en privado. Lo cierto es que relaciones tan grandes e importantes como las de México con esos países no se detienen, pero el ambiente en que se desarrollan puede ser afectado. Lo malo es que no se hayan dado, como debió ser, en privado.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR
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