El avasallador triunfo de Claudia Sheinbaum sugiere una profunda reflexión. Más allá de intentar echar la culpa a la inequidad de una contienda que utilizó toda la fuerza del estado contra la oposición, a las amenazas del crimen, al derroche de recursos públicos para coaccionar el voto, al uso y abuso de los servidores de la nación o al cinismo de un presidente que fungió más como jefe de su partido que como presidente de México, hay que tener capacidad auto crítica para comprender qué es lo que pasó.
Después de las elecciones de 2021 la clase media despertó, inclinando en contra de Morena los resultados electorales. Pensamos entonces que el triunfo de la oposición había creado un precedente para el futuro de la democracia mexicana. Los ciudadanos empezaron a organizarse en vista a las elecciones de 2024. La clase media dio la batalla, como nunca se había visto, inundando con la marea rosa plazas y avenidas de más de cien ciudades a lo largo del país. Asociaciones civiles, empresarios e iglesias, promovieron la participación masiva en las urnas, alentando a los jóvenes y a la población en general acudir a votar. Por su parte, intelectuales y académicos alzaron la voz en defensa de la democracia y las libertades. Pensamos que lo anterior iba a alcanzar para hacer frente a la embestida morenista, sin vislumbrar siquiera la fuerza del tsunami color guinda que se venía formando en alta mar.
Es de admirar el gigantesco esfuerzo que hizo Xóchitl, la candidata de oposición, para sacar adelante la campaña contra viento y marea, enfrentando el brutal embate del estado y teniendo que cargar con el desprestigio de los partidos políticos que la postularon. Sabíamos que la tenía difícil, pero hay que reconocer que no se vio venir el triunfo arrollador de Morena con la fuerza con que arrasó la contienda.
Pero… ¿Qué fue lo que pasó?
Dominó una mayoría poderosa de millones de mexicanos que se vieron reflejados en la narrativa de López Obrador; de quienes, por décadas, se han visto excluidos de las mieles del progreso de nuestra nación. De esa población marginada con la que estamos en deuda, millones de compatriotas que no se han visto beneficiados de las instituciones que nos representan. Pertenecer a una clase acomodada en un país donde millones viven en la pobreza, es privilegio de una minoría. Y es también un factor de rechazo de acuerdo con aquello que dijo Salvador Diaz Mirón: que nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carece de lo necesario.
López Obrador supo capitalizar este rechazo a través de una narrativa de corte marxista lanzada desde sus mañaneras, en la que fomentaba la división de clases, el resentimiento, el odio y el rencor. También es cierto que la falta de conciencia de una sociedad clasista y superficial que exhibe sus derroches, aunado a la de una clase empresarial insaciable que se resiste al aumento salarial y a las prestaciones laborales, puso en charola de plata el discurso del presidente arremetiendo contra todo lo que huele a neoliberal. No puede haber democracia mientras la necesidad coloque a la gente en la disyuntiva de vender el voto a cambio de billetes. No puede haber democracia para quienes las carencias son mayores que la posibilidad de satisfacerlas. La inclusión también la da el poder adquisitivo y el reparto de efectivo que ayude a cubrir necesidades básicas, obliga a reciprocidad y crea dependencia.
¿Qué importancia puede tener, para quienes viven al día, la autonomía del INE, la división de poderes, la defensa de la Suprema Corte de Justicia? Mientras no se experimente de cerca, les tiene muy sin cuidado la violencia, la escasez de medicamentos o el mal manejo de la pandemia. Mientras se nutra de dinero contante y sonante la cartera, a través de los programas sociales, no se ve más allá. Hay que saber leer entre líneas los mensajes. Mientras no entendamos lo que es vivir en el límite, sin educación ni oportunidades de trabajo, no podremos entender lo que sucedió este 2 de junio.
Nos toca vivir un cambio de época. Saber adaptarse y estar altura de las circunstancias es señal de inteligencia. No perdamos la oportunidad de abrir canales de comunicación con los que aceptaron dinero a cambio de votos, porque no les quedó más.
Al otro lado del puente, son millones de mexicanos los que esperan una mano solidaria que les ayude a acortar la enorme brecha que nos separa, a través de proyectos que los incluyan, iniciativas que les abran paso al progreso que todos merecen. Apoyar programas sociales con dinero de nuestros impuestos para resolver necesidades inmediatas es obligación del gobierno, simplemente lo que tiene que hacer. Lo verdaderamente importante son las oportunidades de educación y trabajo que posibilitan una calidad de vida mejor.
POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
COLABORADORA
paz@fernandezcueto.com