Cada 12 años, los ciclos electorales en México y Estados Unidos hacen coincidir la elección presidencial en ambos países. Cuando eso sucede, pese a la importancia fundamental y mutua de la relación entre México y EU, la atención de ambas sociedades se concentra en sus propios comicios, a tal punto que prácticamente cualquier cosa que suceda del otro lado de la frontera pasa a segundo plano, hasta que la realidad se impone.
La ciudadanía mexicana se expresó en las urnas el domingo pasado: una amplia mayoría social decidió respaldar el proyecto del gobierno. Claudia Sheinbaum será presidenta a partir de octubre, con sólido respaldo parlamentario. La relación con EU será uno de los principales desafíos de la política exterior mexicana desde el primer momento de la próxima administración.
El presidente Joe Biden felicitó con celeridad a la presidenta electa, un gesto que simboliza el deseo en Washington de una relación bilateral estable y cordial. Sin embargo, el martes, Biden también emitió una orden ejecutiva que cancela la posibilidad de solicitar asilo en la frontera sur cuando se supere el promedio de dos mil 500 detenciones diarias. Es la medida de control migratorio más restrictiva impuesta por un gobierno demócrata. Un recordatorio de que EU tiene claras sus agendas e intereses. México debe hacer lo propio.
Ante la posibilidad de una mayoría calificada morenista en el Congreso Federal (lo que sólo podrá saberse al concluir los cómputos, desahogarse las eventuales impugnaciones y realizarse la asignación de plurinominales), los mercados globales reaccionaron desfavorablemente. Una muestra de que, sin menoscabo del incuestionable respaldo mayoritario local, ningún gobierno mexicano puede ser ajeno a las dinámicas de un mundo globalizado ante escenarios anticipados.
En noviembre, los estadounidenses decidirán entre la continuidad del actual gobierno o el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Los dos escenarios son posibles, incluso considerando los procesos penales y las sentencias contra el virtual candidato republicano. Independientemente del resultado, la relación bilateral seguirá siendo prioritaria para ambos países. Es un asunto de Estado, una realidad estructural que trasciende coyunturas, a quienes encabecen los Ejecutivos o a qué partido tenga la mayoría en los Congresos.
El gran desafío del próximo gobierno será articular una relación bilateral institucional y defender los intereses nacionales frente a cualquiera de los dos escenarios. En los asuntos estratégicos e históricos de la relación, como la migración, la seguridad y el comercio; pero también frente a nuevos retos como el desarrollo tecnológico, el nearshoring o el combate al fentanilo.
México tiene una enorme ventaja: los dos candidatos, sus prioridades, sus políticas y hasta su forma de ejercer el liderazgo son bien conocidas. Eso permitirá calibrar las estrategias para cada uno de los escenarios. Especialmente, considerando la hipótesis de que Trump vuelva a ser presidente, así como el horizonte de la renegociación del T-MEC en 2026.
En cualquier caso, será fundamental que recuperemos la capacidad de diálogo en todos los planos: con el Congreso, el sector privado, los gobiernos locales, las universidades y las asociaciones civiles; pero, sobre todo, con la compleja sociedad estadounidense. Estados Unidos seguirá siendo nuestro principal socio estratégico después de las elecciones. En esa asociación, debemos estar preparados para afirmar nuestros principios y defender nuestros intereses.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA
@RUIZMASSIEU
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