En estas semanas abundan artículos y comentarios acerca del devenir de la política exterior de México en los años inmediatos. En mi opinión hay al menos dos grandes motores para que el tema adquiera una dinámica propia.
En primer lugar, el hecho de que este sexenio combinó la inercia temática de la agenda internacional, fruto de pertenencias a mecanismos, organismos y tratados, con un manejo personalista de las grandes acciones externas, como lo fueron los intentos de liderazgo en América Latina y el procurar una impronta en nuestro paso por el Consejo de Seguridad o las disputas que concluyeron con expulsión de embajadores, congelamiento de relaciones bilaterales e incluso rompimiento de las mismas. La no firma de la nueva versión de nuestro Acuerdo con la Unión Europeo es tal vez el tema de mayor impacto a mediano plazo.
Por otra parte, la transformación del mundo es un hecho y sucede a gran velocidad, especialmente por el desarrollo tecnológico y la IA, la realidad del cambio climático y el hecho de que los enormes costos de la transición energética dejarán en la retaguardia de nueva cuenta a la periferia global. Las tendencias comerciales, el acceso a la energía, la movilidad migratoria y turística, el armamentismo y la debilidad institucional en muchas partes del mundo ante el crimen organizado y la corrupción, han debilitado los sistemas políticos que se mueven hacia los extremos, especialmente hacia la extrema derecha y el nacionalismo.
Todas las fuerzas, lo mismo centrífugas que centrípetas, rediseñan el sistema internacional y difícilmente hay un país que por sí mismo pueda delinear el futuro. En ese contexto, México enfrenta el reto de ser llevado por estas transformaciones sin importar si decide mantenerse al margen de ellas. Con 80% del PIB vinculado a aspectos internacionales, comercio, inversión, exportaciones, turismo, remesas, somos de hecho una de las naciones más dependientes de circunstancias externas. Con la realidad del peso de nuestra relación con Estados Unidos.
Por ello, entre las reflexiones referidas al principio, destacan los llamados por una mayor vinculación externa. La realidad es que esa proyección internacional existe y por tanto un reto para la próxima administración será retomar el control y la iniciativa de la gestión. Eso supondría una nueva ronda de negociaciones comerciales con diversas regiones del mundo; igualmente, un mayor control de los flujos migratorios en una política pública para su absorción, movilidad y rechazo; mecanismos de seguridad regional orientados al control del crimen organizado. Impulso a los mecanismos multilaterales, incluyendo prevención sanitaria e iniciativas ambientales. Esta es apenas, una lista inicial de acciones internas que bien vinculadas internacionalmente, consolidarían una política exterior aún defensiva pero que darían paso a una sólida presencia de México.
Ser un actor responsable, solidario y participativo, nos proyectaría de forma tal que podríamos con mayor facilidad participar de los aspectos constructivos que transforman al mundo: nuevas tecnologías, transferencia del conocimiento, optimización de recursos, en suma, un mayor bienestar para nuestra sociedad mediante la vinculación internacional.
Por: David Nájera
Embajador de México, actualmente preside la Asociación del Servicio Exterior Mexicano. www.asemx.org
dhfm