Hacedora de prodigios, Pilar Bordes es una migrante convencida. Nunca ha dejado de moverse. Ese es su destino: ser en el viaje, descubrirse en lo desconocido, identificarse en los otros. Y ese arte de caminar, como quería William Hazlitt, le ha impuesto una gozosa penitencia: brindar testimonio de esas experiencias, y nada mejor que hacerlo transformando la memoria en visualidad, imágenes del tiempo, instantáneas del espacio.
Sus traslados ocurren en las geografías, sus itinerarios acontecen en las conciencias. Sin contar las estancias en el extranjero, en particular la de Barcelona, sus andanzas comienzan con la fantasía de Aztlán en el corazón palpitante del Occidente mexicano, Guadalajara, el “río que corre entre piedras” (topónimo andalusí Wad al-?ayarah), hasta Mexico-Tenochtitlan-Tlatelolco, el atormentado ombligo de la luna, y ahora en el Bajío, nudo que amarra el norte con el altiplano, en las inmediaciones de San Miguel de Allende, llamada por el misionero franciscano y apellidada por el caudillo insurgente. ?
Sabia y generosa, lleva una vida resolviendo retos y desafíos del quehacer gráfico de artistas que son legión en su taller, olvidándose de sí misma por lo que su propia obra, en dibujo, estampa y pintura, queda al amparo y la sombra de ese ser para los otros.
Plinio el Joven recuerda que Pericles al hacer uso de la palabra “dejaba su aguijón clavado en los corazones”, del mismo modo le ocurre a tan sobresaliente alquimista jalisciense, pues al sumirse en el despliegue de las formas y crear anécdotas visuales hunde su púa-espina en lo más profundo de nuestras sensibilidades reflexivas.
Quedamos en deuda con Guillermo Santamarina, curador de “Huellas, una revisión a la obra de Pilar Bordes”, quien ha hecho un trabajo ejemplar: más de sesenta piezas, arrancando en 1980 hasta la fecha, óleos, acuarelas, libros de artista y estampas en todas las técnicas imaginables. Un festín visual, emotivo e intelectual. Ya habrá ocasión de aquilatar su empeño, además, por difundir en colecciones de pequeños-enormes libros, originales múltiples de compositores de formas, prologados por enterados.
Su desplazamiento por los papeles y las telas nos recuerda que esta artista ignora la saciedad, siempre busca y encuentra la plenitud y la felicidad en sus partos estéticos.
Autora de representaciones lúdicas y reservadas, paisajes interiores y testimonios a vuelo de pájaro, figuraciones delicadas, geometrías discretas y abstracciones suculentas. Símbolos de la armonía, ese equilibrio que quisiéramos se expandiese en todas y cada una de las dimensiones de la vida cotidiana. Su lenguaje nos brinda ilusión y ansia de porvenir, haciendo las veces de blindaje frente a la banalidad y el narcisismo en boga.
Pilar Bordes emerge desde dentro, con fuerza, decidida a que el arte y la cultura, como la justicia y el amor, nos perfeccionan. El Complejo Cultural Los Pinos, en la casa Miguel de la Madrid, nos convida una muestra de su imaginación a través de obras magníficas que son testimonio de su identidad, donde lo interior y lo exterior se reflejan, fusionan y diluyen en un juego de espejos.
Grabadora, dibujante y pintora de altos vuelos, flota y levita en la perfección de sus faenas como si se tratase de un papalote mariposa que siempre doma al viento en ejercicio de su libertad...
De esta hacedora de prodigios, y por extensión de sus criaturas, puedo expresar Niyolpaki ipampa nimitsixmati: “Mi corazón se alegra porque te conozco”.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM
MAAZ