Esta ya larga guerra por Ucrania, dos años de la invasión rusa y 10 en total desde la primera invasión para anexarse Crimea y parte del Donbás, continúa sin un fin previsible en el corto plazo y su extensión es una clara tensión para la paz regional e incluso mundial.
Cuando en 1991 Estados Unidos armó una alianza multinacional para expulsar a Irak de Kuwait, lo hizo en el marco de la desintegración soviética. La URSS fue testigo mudo, aunque muchas armas en la región eran soviéticas. Simplemente no tenía la capacidad política de operar y logística de apoyar ante su debilidad interna.
El ataque sobre Crimea, en 2014, contó a su vez con las debilidades políticas de Ucrania y de Occidente cuya primera reacción declarativa sólo fue sucedida con sanciones económicas que al paso del tiempo se debilitaron.
Ucrania, por su parte, pese a sus disputas políticas internas logró resistir por años una guerra de posiciones contra fuerzas apoyadas por Rusia y prepararse para un ataque mayor de su vecino, en tanto, el apoyo de países europeos era puntual y limitado. Es posible que la lectura histórica de lo que vendría fuese tan de fácil comprensión para los ucranianos como inesperado para europeos y americanos.
Los meses previos a la invasión rusa asistimos a las bravatas de Putin, a su acercamiento con China y al acantonamiento de fuerzas militares en la frontera. Las indicaciones fueron tan evidentes que la Casa Blanca mostró los datos de la inminente invasión como una forma de advertir al Kremlin que enfrentaría una resistencia distinta. Sin embargo, en los primeros días Estados Unidos dio por perdida a Ucrania ofreciendo evacuar al presidente Zelenski.
La capacidad de resistencia ucraniana reside en una mayor preparación de la que sus vecinos conocían; sin duda en la muestra de liderazgo de su Presidente, que se tradujo en una mayor identidad nacional que incluye la memoria histórica del maltrato soviético, especialmente de los tiempos de Stalin e incluso del accidente nuclear de Chernobyl y el manejo de esa crisis desde Moscú.
El fortalecimiento del espíritu ucraniano es tal vez la mayor ventaja de ese país en esta guerra, en contraste con el empeño de Putin de mencionarla como una “operación especial”.
Al estabilizarse en una guerra de posiciones, el desgaste humano y económico es tal vez el punto de quiebre en un futuro cercano. El apoyo político occidental se mantiene, pero el esfuerzo por mantener un flujo de ayuda militar enfrenta restricciones presupuestarias. Paradójicamente, la duración de la guerra ha dado tiempo a una paulatina reconstrucción de la industria militar convencional tanto en Europa como en Estados Unidos; pues los cambios en paradigmas bélicos y modernización tecnológica no preveían ya guerras convencionales de gran escala y la capacidad de producción había disminuido notablemente.
Pero en Ucrania se libra hoy una guerra esencialmente tradicional con alto costo en bajas y en desgaste material, lo que demanda trasladar el apoyo político a presupuestos reales. El desgaste es igual para ambos y tal vez la única ventaja rusa sea su mayor disponibilidad de personas para la guerra.
Están de vuelta paradigmas que se consideraban historia: carrera armamentista, amenazas de uso de armas nucleares, formación de bloques, enfrentamientos en organismos internacionales, en fin, aspectos todos que complican una salida negociada en el corto plazo y hacen de esa región material inflamable para el resto del mundo. Pese al tiempo transcurrido, se trata de una guerra que en el mundo actual impacta a todos en mayor o menor medida, lo que demandaría un mayor esfuerzo multilateral para encontrar una salida negociada a este conflicto.
POR DAVID NÁJERA
EMBAJADOR DE MÉXICO. PRESIDE LA ASOCIACIÓN DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO
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