Columna Invitada

Matilda para ¿Mentes Inclusivas?

El problema es que permite que cualquiera se abrogue el derecho a enmendar la plana por sentirse ofendido

Matilda para ¿Mentes Inclusivas?
Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

Si bien hace poco hablábamos de la censura de derechas es imposible no referirnos ahora a su espejo, la de la izquierda, que se llama a sí misma bienpensante. Resulta que en Inglaterra han reeditado los libros del venerado autor infantil Roald Dahl. “Matilda”, “Willy Wonka y la fábrica de chocolates”, entre muchos otros. Sí, pero se han editado modificando todas las palabras que puedan ser ofensivas hoy en día. El movimiento se ha hecho entre sus editores, los herederos y una organización que se llama a sí misma “Mentes Inclusivas”, quienes hicieron las propuestas de enmienda.

El diario “The Telegraph” ha hecho una investigación y son cientos de palabras, por ejemplo, ya los libros no dicen que una persona es gorda, sino grande. El debate, claro, no se hizo esperar. España y Francia ya han dicho que no modificarán las ediciones. Philip Pullman, el otro gran autor infantil inglés ha dicho que es idiota, ya que hay miles de libros de Dahl en las bibliotecas británicas. ¿Los van a marcar con una pluma negra en todas las palabras ofensivas?

Incluso el primer ministro, Rishi Sunak, se ha mostrado indignado (y Salman Rushdie, por supuesto, y el PEN Club). Se trata, para todos ellos, como para quien esto escribe, de un acto de censura. Los editores han dicho que es natural que libros que se escribieron en los 70 puedan ser modificados para ser más aptos para los jóvenes lectores actuales.

Escaso argumento para una acción que, si bien puede ser bien intencionada, puede sentar precedentes terribles. Si está permitido cambiar la obra literaria para no ofender, la pregunta central que tendríamos que hacernos es la que J.M.Coetzee se hizo en “Giving Ofense”, su gran libro de ensayos. ¿A quiénes se ofende y con qué? De la misma manera, se ofendió a los Ayatolas, a la iglesia católica con su siniestra inquisición, al Nacionalsocialismo de Hitler, a los censores comunistas y a los de Franco, a Pol Pot y a Mao, y más recientemente incluso a Daniel Ortega, ese otro sátrapa.

El problema más grave es que permite que cualquiera se abrogue el derecho a “enmendar la plana” por sentirse “ofendido”, o por el prurito de buscar unas mentes supuestamente inclusivas. El resultado, excluir. Parte de la labor del arte es incomodar. El espectador o el lector debe ser lo suficientemente inteligente para discernir. ¿Se imaginan un Quijote expurgado de palabras ofensivas, o El Apando de Revueltas pasado por el rasero de los editores británicos de Dahl?

La editorial, después de lo ocurrido, ha por supuesto tenido que responder (los editores españoles y francés declararon que no modificarían los libros de Dahl). Ahora van a reimprimir junto con las versiones corregidas por la censura del bien pensante, los 16 clásicos del autor sin alterar, para que el lector decida). La literatura infantil, como la imaginación de los niños, tiene a la hipérbole, a la exageración, no necesariamente porque quiera ofender, sino porque la realidad es vista muchas veces, así a esas edades.

Leer significa pensar, leer bien implica sentirnos incómodos, dialogar con nosotros mismos, discutir con nuestras ideas preconcebidas y transmitidas por nuestros padres, la escuela, la iglesia, todas las instituciones. ¿Cómo construir una identidad sino desde la diferencia, la comparación, la seria confrontación con los otros? Es también una tentación terrible la cultura de la cancelación. La quincena pasada hablábamos del fascismo de la derecha radical que prohíbe todo pensamiento crítico, ahora no podemos evitar cuestionar la tentación similar de evitar toda confrontación.

Una democracia —y sus ciudadanos, mentes críticas, capaces de decidir— no se construye ni desde la derecha o la izquierda, mediante la anulación del oponente político. Al contrario, sólo puede ser sana si busca el debate, negocia, confronta, dialoga. La literatura es una de las formas privilegiadas de ese diálogo, pero la condición para que funcione consiste en dejarnos tocar por ella. Dialogar implica escuchar al otro, aunque lo que piense o diga sea contrario a lo nuestro, aunque nos incomode. Como dice Matilda —en el musical— “No dejes que se suban encima de ti, no está bien. Está mal”.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU

COLABORADOR

@PEDROPALOU

PAL

Temas