El sábado pasado, tuvo lugar la concentración en el Zócalo de la ciudad de México convocada por el presidente López Obrador para conmemorar el aniversario de la expropiación petrolera del general Lázaro Cárdenas.
Los criterios de la convocatoria, como ocurre en realidad con cada aniversario del 18 de marzo a no ser que gobierne un partido anti-nacionalista como lo es el PAN (que surge en 1939 precisamente como reacción al Cardenismo), son los de la afirmación de la soberanía nacional, uno de cuyos nudos de articulación fundamentales fue precisamente la decisión soberana tomada por la cabeza del Estado mexicano (Cárdenas) aquél marzo de 1938 ante el desconocimiento que las empresas petroleras extranjeras hicieron de un laudo emitido por la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y avalado por la Suprema Corte, que dictaminó en favor de los obreros y trabajadores de esa industria que demandaban mejores salarios.
El desacato desbordaba, evidentemente, los límites del ámbito judicial-laboral-administrativo, y suponía una afrenta directamente política a través de la que un conjunto de poderosas empresas petroleras extranjeras desconocían a una institución vertebradora del sistema de autoridad que está en el núcleo del Estado mexicano (y el Estado es precisamente la forma suprema de organización de la autoridad a través de la que se manifiesta históricamente lo político, entendido como el mecanismo esencial mediante el cual se define, en una sociedad, quién manda, cómo y para qué), razón por la cual, en consecuencia, se tomó la decisión de nacionalizar la industria en su conjunto como medida de lo que Marcelo Gullo ha conceptuado como insubordinación fundante, pivote clave de toda teoría geopolítica, que es la única perspectiva posible para comprender cómo funciona de verdad el mundo.
La insubordinación fundante es para Gullo un proceso orgánico y amplio mediante el que un pueblo organizado rompe la estructura ideológica, económica y política de un orden geopolítico determinado –fundamentalmente de naturaleza y alcance imperial–, mediante el que tal pueblo o sociedad alcanza un umbral de poder que, al institucionalizarse, se transforma en potencia estatal en acto a través del que se canaliza y concentra la fuerza social acumulada que permite la afirmación en el mundo del pueblo en cuestión. El proceso de revoluciones atlánticas de fines del siglo XVIII y principios del XIX (la norteamericana, la francesa y las hispánico-americanas) fue claramente una dialéctica de insubordinación fundante mediante la que la nación política con pueblo soberano se abrió paso como la figura política fundamental de la Edad contemporánea.
A esta luz, la historia política de todas las naciones del mundo es la de sus procesos de insubordinación fundante. En México ha habido tres: Independencia, Reforma y Revolución. La 4T es la cuarta.
POR ISMAEL CARVALLO ROBLEDO
COLABORADOR
PAL