Hay muchos obradorismos. Hay un obradorismo de priistas ultramontanos como el licenciado Bartlett, un obradorismo bolivariano como el del camarada Noroña, otro –probablemente efímero, igual que todos los negocios– de la muchachada del Verde y uno más de cristianos de línea dura, anti abortistas y enemigos del matrimonio igualitario.
Todos esos obradorismos deben estar contentos. El presidente les regala, mañanera a mañanera, noticias sobre paraestatales al estilo portillista y desplantes de presidencialismo a lo Echeverría; donativos, espaldarazos y piropos para Cuba y Venezuela; chambas o escaños, y versículos bíblicos.
Y luego está un obradorismo que se la debe estar pasando fatal. Es el obradorismo digamos que más socialdemócrata, ese que soñó –lo comenté antes– con la bandera de la diversidad sexual en el Zócalo, un abrazo del supremo patriarca a los movimientos feministas, energías limpias en plan rancho de Valle de Bravo nada más que para todo el país, y una integración de los pueblos originarios a la economía nacional que respetara sus costumbres y su entorno.
A cambio, este obradorismo ha obtenido elogios a la familia tradicional, descalificaciones del feminismo, carbón, combustóleo y el Tren Maya. Eso, y, en la última derrota cultural del chairismo ilustrado, la confirmación, esta semana, de que el presidente ve la despenalización de las drogas como un cáncer social o algo parecido.
El contexto, por supuesto, es su bronca con los gringos, sobre todo con los trumpianos, que no entienden lo de los abrazos y no balazos y les parece que el sexenio se distingue, en el mejor de los casos, por una dejadez extrema en la lucha contra el crimen organizado.
Bien, el presidente respondió que los vecinos tienen un problema muy grave de descomposición, supongo que porque nuestra sociedad de decapitados y feminicidios 100% pueblo bueno es contrastantemente un modelo de salud, y, para matar cualquier aspiración de los ilustrados, remató con un “¿Por qué incluso permiten que sean legales las drogas en los Estados Unidos?” Remate que sí, habla de un conservador en plena forma.
Amigas y amigos de la progresía: votaron por un conservador y, hay que decirlo, sí podía saberse. Así que los escasos avances en dirección a despenalizar las drogas vienen de la Suprema Corte y los legisladores oficialistas no van a dar un paso hacia allá porque el que manda ya sabemos quién es.
Queda manifestarse en el Senado con un porro en los labios, apechugar hasta 2024 y votar por alguien que en efecto tenga intenciones de regular este desastre. Mientras, lean a alguien que entendió bien de qué iba la cosa: Antonio Escohotado. Porque seguro que le conocen los libros sobre las drogas, pero dedicó muchas y muy buenas páginas a explicarnos lo que pasa con los populismos.
Julio Patán
Colaborador
@juliopatan09
MAAZ