Para algunos analistas y diplomáticos retirados, la gran pregunta en este momento sería si México ejecuta una política exterior de Estado, o de gobierno.
La discusión partió de la postura mexicana en torno a Ucrania, en la que el voto formal en Naciones Unidas fue de condenar la invasión rusa de Ucrania, pero tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador como el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, parecen renuentes a expresarlo.
Cierto que en el sistema mexicano, es el Presidente quien marca rumbos de política exterior, pero durante casi 100 años se ha mantenido dentro de ciertos marcos, definidos por la Doctrina Estrada y un gran cuidado en la relación con EU.
En el caso del presidente López Obrador, rinde homenaje a la Doctrina Estrada, pero frecuentemente sale de ella. El diferendo con Perú podría ser el ejemplo más reciente. Sería simple calificar o descalificar esa formulación, pero el problema está en sus consecuencias y la creación de precedentes.
Una política exterior de Estado se fórmula a partir de los que se considera como intereses de la Nación, con principios más o menos comunes fruto de las experiencias o necesidades y negociaciones nacionales.
La no intervención, para que no se metieran con nosotros; la autodeterminación, para hacer valer el derecho a tomar las decisiones propias.
Defensiva, si se quiere. Te respeto, debes respetarme. Pero ha funcionado como bandera de política pública, y no obstó para que los gobiernos hicieran conocer claramente sus opiniones, como en los casos de la Guerra Civil Española, el mantenimiento de relaciones con Cuba, o la ruptura con el régimen de Augusto Pinochet, en Chile.
Quizá el principal antecedente sea la postura mexicana ante la invasión italiana de Etiopía en 1935, que México denunció ante la Sociedad de las Naciones y mantuvo al extremo que sin romper relaciones con Italia rechazó que su embajador, Lepoldo Ortiz, presentara credenciales ante el rey de italia y proclamado emperador de Etiopía, porque implicaría reconocer un reconocimiento de facto a una situación injusta.
Está también la política de gobierno. O de partido, dado que con toda frecuencia, como en el caso mexicano sea más bien la que determina un Presidente que es al mismo tiempo líder del partido, y en el caso actual, uno que de hecho gira alrededor suyo y de su carisma.
Para poner un ejemplo, política de Estado sería condenar la invasión rusa de Ucrania. Dejar de hacerlo indicaría aprobación al intento de un país de apoderarse del territorio de otro, o aceptar que una potencia puede alegar seguridad nacional para abrogarse el derecho de invadir a otra.
Hay una considerable variedad de opiniones en torno a la cuestión de Ucrania, con algunos –muchos o pocos– que están de acuerdo con los argumentos rusos y la amenaza de lo que consideran como hegemonía anglosajona. Pero en términos estrictos, la invasión rusa es inaceptable por principio.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
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