- No basta con que los niños y los jóvenes asistan a la escuela en condiciones dignas; hay que exigir, cuando menos, que los estudiantes adquieran los aprendizajes fundamentales de español y matemáticas.
Además de la pregunta sobre el riesgo que suponen los tiburones en mis nados en aguas abiertas, la duda más recurrente en las pláticas que doy es qué sentí cuando terminé el reto de los Siete Mares. Más allá del cansancio, se siente una enorme satisfacción que, no obstante, es efímera. La gente te felicita durante algunos días, quizá semanas, y, después, el logro se vuelve poco más que un trofeo o una anécdota que se recuerda con dicha.
Lo importante, desde mi punto de vista, es lo que trasciende ese momento de alegría. Por poner un ejemplo, ser una figura reconocida en el ámbito deportivo me ha dado la posibilidad de promover el deporte y la actividad física —y, por tanto, la salud— entre la población de forma cotidiana. Por más pequeña que sea mi contribución, este esfuerzo es mucho más valioso que cualquier logro o récord en el agua.
Cuento todo esto porque me parece que algo parecido sucede en el mundo de la educación. A menudo, entregar uniformes, regalar útiles escolares o inaugurar escuelas se considera ya un éxito educativo. Todos posan para la foto, se publican notas en la prensa, el acto se vuelve tema de conversación: es, como cuando llego a la orilla en mis nados, un triunfo, sí, pero un triunfo fugaz.
¿Qué sucede después? ¿Los uniformes se portan o están en un cajón, o, peor aún, en una bodega? ¿Los útiles se usan? ¿Qué están aprendiendo los estudiantes en las destellantes aulas de la escuela nueva? A diferencia de las acciones que se pueden anunciar con bombo y platillo, la cotidianidad en las escuelas es muy poco sexy. La inversión en calidad educativa es invaluable, pero intangible, al menos en el corto plazo. Por eso, me atrevo a decir que la educación —el verdadero acto educativo— no tiene voz.
Ante este desafío, y dadas las lagunas de conocimiento que se han profundizado con la pandemia, no basta con que los niños y los jóvenes asistan a la escuela en condiciones dignas; hay que exigir, cuando menos, que los estudiantes adquieran los aprendizajes fundamentales de español y matemáticas que necesitarán en el futuro, sin importar el camino que elijan. Quienes de una u otra manera formamos parte de las comunidades educativas, desde padres de familia hasta docentes y autoridades, tenemos una gran responsabilidad en las condiciones actuales: levantar la voz por la educación.
POR ANTONIO ARGÜELLES
COLABORADOR
@MEXICANO_ACTIVO
PAL