COLUMNA INVITADA

Mijaíl Gorbachov: lecciones de Perestroika y Glásnost

Pero no cabe duda de que, Gorbachov fue el artífice de la deconstrucción soviética y de una transición inacabada de la Rusia del nuevo milenio

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Se pensó ingenuamente que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución oficial de la Unión Soviética en diciembre de 1991, la Guerra Fría había llegado a su fin y el mundo transitaría hacia el polo vencedor de una política liberal y una economía capitalista. Asimismo, se tiene la creencia errada de que, la personificación del triunfo recayó en el presidente Reagan –reconocimiento indudable, pero no excesivo– y en el papel de víctima colateral en una especie de caballero triste en los zapatos del recién fallecido Mijaíl Gorbachov.

Muchos son los factores que terminaron con la otrora superpotencia de posguerra. Pero, coincidiendo con el profesor norteamericano Ronald E. Powaski, identifico muchos de ellos al interior mismo del sistema soviético y propiciados por los propios mandos de la URSS. Cuestiones como una competencia brutalmente desgastante en la producción armamentística y alimentaria; la falta de resultados de la planificación económica; la sobrevigilancia a los partidos comunistas y gobiernos títeres en la Europa del Este con la consabida desatención del frente interno ruso; la burocracia senil de los “prohombres” del Politburó; entre otros.

Pero no cabe duda de que, Gorbachov fue el artífice de la deconstrucción soviética y de una transición inacabada de la Rusia del nuevo milenio. Con el experimento económico de la Perestroika logró que la Rusia de hoy recondujera las estructuras y políticas económicas que la hicieran competitiva en el entorno global –descentralización, modernidad, eficiencia– basada en los pilares del acceso al mercado internacional y la libre empresa. Mientras que, en lo político la Glásnost buscó liberar el sistema mediante una eliminación de la burocracia, una participación crítica de los ciudadanos y de los medios de comunicación en los asuntos públicos hasta entonces arcanos, un reconocimiento de los errores y crímenes del pasado –sobre todo la desmitificación del estalinismo–. En suma, transparencia, a fin de cuentas, eso significa Glásnost.

Las consecuencias de las reformas planteadas por Gorbachov, inesperadas algunas –como el fin del experimento soviético– y obvias otras –como el fallido golpe de Estado de 1991–, permiten colocar a Gorbachov como un estadista. Sabedor de los costos, desechó la idea de mantener artificialmente con vida a un mastodonte agonizante y optó por conservar para Rusia un lugar en el concierto internacional y construir una relación vis a vis con los Estados Unidos, si eso implicaba desintegrar y desmembrar un imperio de casi 70 años. Incluso, con costos personales como ser borrado políticamente del escenario ruso para dar paso a una época trastabillante con Yeltsin.

No es casualidad que se le haya otorgado el Nobel de la Paz un año antes del fin oficial de la Guerra Fría. En el discurso que Gorbachov dio con motivo de ello, refería proféticamente –y parafraseando a Poliakov, cualquier similitud con Putin no es mera casualidad diabólica–:

“[…] 1990 representa un punto de inflexión. Marca el final de la división antinatural de Europa. Alemania se ha reunido. Hemos comenzado resueltamente a derribar los fundamentos materiales de una confrontación militar, política e ideológica. Pero hay algunas amenazas muy graves que no se han eliminado: el potencial de conflicto, y los instintos primitivos que lo permiten, intenciones gravísimas y tradiciones totalitarias”.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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