No dejan de aparecer memes, burlas, denuncias de supuestos exempleados, tiktoks de denostación y otras formas de expresión, a diario, en redes sociales, en contra de la cadena de restaurantes Sonora Grill, por supuestos episodios de discriminación en su sucursal de la Ave. Presidente Masaryk, en Polanco, en la Ciudad de México. Se regocijan quienes los publican. “No me vayan a demandar”, dice en su video de Tiktok una persona que trabajó como hostess en la cadena de restaurantes, para también hacer pública su denuncia sobre las supuestas prácticas.
Denuncias que antes no presentaron quienes hoy se dan vuelo en las redes. Personas que, de ser cierto el problema, ejecutaron sin mayor empacho las prácticas discriminatorias que supuestamente les encargaban. Si les ordenaban discriminar, como afirman, ellas discriminaban. Y por las tardes se iban gozosas a casa con el bolsillo lleno de propinas, sin el mayor reparo moral de lo que acababan de hacer. La propina les importaba más.
Los juicios sumarios contra Sonora Grill reflejan una enfermedad de nuestra sociedad. Se da por hecho que la discriminación existió, y, aunque eso debería probarlo la autoridad, ya se asume como cosa juzgada.
¿Cuántas veces antes de salir en redes a denostar a esta empresa los que hoy la acusan salieron a vitorear ese emprendimiento de Ricardo Añorve y a celebrar su arrojo y logros por crecer una cadena de restaurantes a partir de una pequeña taquería que sólo tenía cinco mesas en la banqueta? ¿Agradecieron públicamente con un video los exempleados los años que trabajaron ahí? ¿Les sirvió ese empleo el tiempo que duró para avanzar en sus carreras profesionales, lo escribieron en su currículum, y ahora les pagan mejor ahora en sus nuevos empleos?
Tirar piedras contra los empresarios exitosos es deporte nacional. Si en Sonora Grill algún gerente traspasó los límites de la ley, ese individuo debería pedir alguna disculpa, o pagar su pena.
Pero hacer de esta fenomenal empresa el blanco del resentimiento colectivo refleja la más pestilente podredumbre social que aqueja a México: el odio hacia el éxito empresarial.
Padecemos la dictadura de los envidiosos. A los empresarios de antes los denostaban por haber crecido a la sombra del amiguismo gubernamental y del compadrazgo.
Ahora el conjunto de valores originados en la izquierda progresista es la nueva barra moral que hay que cumplir, so pena de ser “cancelado”, como le ocurre ahora a la cadena restaurantera.
¿Cuándo nos sacudiremos esa maldición?; ¿cuándo dejaremos de ver invariablemente al empresario como explotador?; ¿algún día esta sociedad vitoreará a quien se jugó fortuna y vida en crear una empresa donde antes existía un vacío? El episodio de esta semana deja dudas y tristeza. Al parecer hay millones de mexicanos libres de pecado.
POR CARLOS MOTA
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