Sin sorpresas, ¿o alguien esperaba otra cosa? La elección interna de Morena hace tres días para designar delegados a su Congreso Nacional, que tendrá lugar en septiembre y cuyo propósito era elegir a la dirigencia de ese movimiento para enfilarse a la presidencial de 2024, desembocó en un grotesco zafarrancho.
El arte de argumentar, característica sustantiva de la democracia, no es el fuerte de sus líderes ni mucho menos de la forma generalizada de sus integrantes.
En realidad, sus componentes están parados en los suburbios de la inteligencia. Mauricio Magdaleno, estudioso de la Revolución Mexicana, calificaba esa conducta como la propia de “la canalla”. Cuando el partidario, el militante, son dominados por la búsqueda de un beneficio particular, el grupo, la coalición, colapsan, y toda la idea de una competencia democrática termina en una gresca colosal.
Los dirigentes y principales cabezas de Morena no se caracterizan por esgrimir ideas nuevas; al revés, han retomado las del siglo XIX: el comunismo, el socialismo, los grandes temas ya superados que surgieron del choque de las revoluciones inglesa, francesa y americana.
La existencia de partidos políticos y de elecciones no es suficiente para caracterizar una democracia. Bajo este sistema, el pueblo no siempre tiene la razón.
El verdadero espíritu democrático está en la creación suprema de la razón: los argumentos. Frente a la indigencia del pensamiento, sólo presenciamos desnudez y miseria. Aquí el pueblo bueno pierde la posibilidad de la sabiduría y se vuelve intolerante, reacio a pensar y es dominado por la barbarie. Debemos hacer un alto y preguntarnos ¿quizás no hay hombres de Estado en ese movimiento o simulacro de partido y sólo existen pequeñas personas con pequeños cálculos a su altura?
Quizás es lo real, lo dominante.
Lo ocurrido en muy diversos lugares del territorio, donde se llevó a cabo ese tipo de manifestaciones, tiene una secuela que nos dice que ese pueblo, y con frecuencia muy malo, está buscando a un déspota.
La determinación del autoritario inspira más seguridad y ganancia para el ignorante, débil y obtuso.
El populismo habla a la parte emocional, claramente visceral y nubla la parte medular de la realidad. Frente a eso, es fácil prever el desastre.
¿Cómo construir un mito, una entelequia a partir de hechos y resultados que destruyen la cosmogonía de “la esperanza”? Vivimos cambios, pero el cambio no significa necesariamente progreso, el cambio puede ser... la decadencia.
La sabiduría con sus inmensos recursos de sensibilidad, talento, conocimientos, destrezas, hondura, disciplina, forma una civilización, y hoy se nos da una situación, aceptémoslo o no, en la cual, una de las formas consiste en capotear el temporal y sobrevivir.
La otra es la lucidez y determinación hasta vencer.
POR RAÚL CREMOUX
ESCRITOR Y PERIODISTA
@RAULCREMOUX
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