Pocos tienen tan merecidas las vacaciones de verano como los docentes. Como muestra la encuesta de Siete Mares Consultores, cuyos resultados presenté aquí hace unos meses, tres de cada cuatro docentes sostienen que su nivel de cansancio y estrés incrementó con la pandemia, y cuatro de cada cinco afirman que ahora dedican más tiempo a sus labores que lo registrado antes de que se diera la emergencia sanitaria.
Dada la carga de trabajo durante el ciclo escolar —preparar y adaptar clases, calificar, reunirse con padres de familia, cumplir deberes administrativos, dar seguimiento a casos complicados, etcétera—, muchos docentes se han visto forzados a relegar a segundo plano el autocuidado.
Por ello, más allá del merecido descanso, me parece que las vacaciones ofrecen a los docentes la oportunidad de, por primera vez en meses, pensar en su bienestar.
Una de las maneras más sencillas y efectivas para mejorar la salud física y mental es la actividad física. Aunque a menudo se le relaciona con la pérdida o el control de peso, sus beneficios son mucho más extensos.
Por un lado, están los beneficios para la salud cardiovascular, metabólica y musculoesquelética; por otro, están los menos conocidos efectos en el cerebro: ayuda a establecer nuevas conexiones neuronales y al crecimiento de células en el hipocampo, un área relacionada con el aprendizaje, la memoria y la regulación de emociones.
En cierto sentido, la actividad física nos hace más inteligentes.
Además, como bien lo describe el médico Arash Javanbakht en The Conversation, el ejercicio de intensidad moderada contribuye, mediante sus efectos antiinflamatorios, a regular el sistema inmunológico.
La actividad física también sirve para prevenir la ansiedad y la depresión y está relacionada con el buen humor y la motivación. La lista de beneficios continúa, pero, en resumen, el ejercicio es capaz de transformar cómo nos sentimos cada día.
¿Cómo empezar? Retomo tres sugerencias de Javanbakht:
1) Probar distintas actividades y elegir algo que se disfrute (algunos prefieren caminar o correr, otros bailar y otros más jugar con sus mascotas);
2) no ver el ejercicio como “todo o nada” (dar algunos pasos es mucho mejor que no dar ninguno), y
3) para aprovechar el tiempo, combinar el ejercicio con otras actividades (por ejemplo, en vez de platicar con una amiga en una banca, hacerlo caminando).
Cuando reinicien las clases, en menos de cuatro semanas, los docentes que hayan aprovechado las vacaciones para activarse físicamente seguramente habrán empezado a experimentar los múltiples beneficios.
Si eso sucede, no sólo les será más fácil incorporar la actividad física a su rutina cotidiana, sino también transmitir su importancia a sus estudiantes.
POR ANTONIO ARGÜELLES
COLABORADOR
@MEXICANO_ACTIVO
PAL