Cascabel al Gato

La política: noble oficio, arte maldito

Toda la potencia instituyente de una sociedad está cifrada en esta actividad. Debemos, por ello, rechazar enérgicamente todo pensamiento antipolítico

La política: noble oficio, arte maldito
Adrián Velázquez Ramírez / Cascabel al Gato / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Mientras que la coyuntura sigue su vertiginoso desarrollo, tomémonos unos minutos para reflexionar sobre uno de esos tópicos que parecen atravesar la historia. ¿Qué es la política? 

La pregunta por esta bestia magnífica ha cautivado a pensadores de todas las épocas, pero a veces, en el trajín de los acontecimientos, la política nos parece como algo dado (y hasta despreciable). 

Aunque sea sólo para pasar el rato, volvamos a plantear la pregunta por su esencia.

Una primera cuestión en la que debemos reparar es que la separación entre lo político y lo social es más bien reciente. Fuimos nosotros, los modernos, los que empezamos a utilizar dos palabras para referirnos a una misma realidad. 

Para los griegos, la palabra politeia designaba la actividad propia de la ciudad. Y la ciudad era el espacio político por experiencia justamente porque era la más acabada unidad social.  

El hombre es un animal político en la medida en que es un animal social. Este primer dato es, si se quiere, del orden de la antropología. 

Toda comunidad humana se ha dado alguna organización con el fin de regular todo aquello que emerge en el desarrollo de su vida colectiva.

Tanto los rituales chamánicos que externalizan en sus dioses los anhelos y miedos del grupo, hasta la actual política de partidos modernos, descansan sobre esta constante. 

La política es siempre la misma y a la vez, es siempre diferente a sí misma. Porque pensar que los códigos y ritos con los que se organiza la sociedad chamánica son los mismos que aquellos que caracterizan a las democracias modernas, nos puede llevar a hacer el ridículo. 

Aun así, es posible que compartamos más con las sociedades del pasado de las que nos gustaría admitir. 

La segunda cuestión que no debemos perder de vista es que no hay política sin conflicto. Justamente porque el movimiento de una sociedad genera siempre un excedente (simbólico, económico, libidinal o de cualquier otra índole) que es necesario reintegrar socialmente, es que la política y el conflicto son indisociables. 

La conjunción de estas dos observaciones marca con fuego la doble cara de la política: noble oficio pues es la actividad que permite que una sociedad dure en el tiempo, haciéndose cargo de sus problemas y de sus expectativas. 

Arte maldito pues siempre dejará inconformes en su camino, pues decidir por un rumbo siempre es rechazar otros. 

La política tiene mala prensa y muchas veces esto está plenamente justificado. 

Pero no debemos perder de vista que toda la potencia instituyente de una sociedad está cifrada en esta actividad. 

Debemos por ello rechazar enérgicamente todo pensamiento antipolítico pues es la manera más segura de garantizarnos el fracaso colectivo.

POR ADRIÁN VELÁZQUEZ RAMÍREZ
COLABORADOR
@ADRIANVR7

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