En abril de 1982 Argentina atravesaba una profunda crisis económica y social. En medio de éstas, su gobierno ordenó la invasión de las islas Malvinas, argumentando que debían tener soberanía argentina y no británica. Ante una bonaerense plaza de Mayo atestada de cientos de miles de personas que ovacionaban hasta el éxtasis al gobierno militar, el entonces presidente, Leopoldo Galtieri, desafió a la reina Isabel y a Margaret Thatcher y, envalentonado, las retó: “si quieren venir, que vengan. Les daremos batalla”. La reina y la primera ministra no fueron, pero sí enviaron a la Armada británica a recuperar el control sobre las islas, algo que consiguieron en unas cuantas horas y después del sacrificio de cientos de jóvenes soldados argentinos. A los pocos días, Galtieri renunció a la Presidencia y terminó en la cárcel.
La anterior anécdota ilustra bien lo que suelen hacer los populistas: ante un problema interior, convocan a un pleito exterior a fin de recuperar popularidad, sin pensar demasiado en las consecuencias negativas que esto puede traer en el mediano y largo plazo.
Los gobiernos de Estados Unidos y Canadá reclamaron al de México el incumplimiento de diversas disposiciones en materia energética del T-MEC. En respuesta, el presidente López Obrador se envolvió en la bandera de la soberanía nacional y hasta proyectó la canción “Uy qué miedo” de Chico Ché. Esta bravata parece encuadrarse en el manual populista, pero el problema es que la apuesta es arriesgada.
¿Quién pierde más en un eventual conflicto con Estados Unidos y Canadá? Parece claro que México. Alrededor del 85% de las exportaciones mexicanas van a Canadá o Estados Unidos. Millones de mexicanos trabajan en Estados Unidos y envían remesas a sus comunidades de origen y cientos de miles esperan un acuerdo bilateral que regularice su situación migratoria.
Y en esta controversia específica, perdemos los consumidores mexicanos: al no existir una competencia justa entre las ineficientes Pemex y CFE por un lado, y las empresas energéticas estadounidenses y canadienses por otro, tendremos que consumir energía más cara y de peor calidad.
Además, las cada vez más constantes actitudes pueriles del Ejecutivo en materia de política exterior están provocando una caída de inversiones de estos dos países en México. Menos inversiones significan menos empresas, menos empleos y menos riqueza. Ahí también perdemos los mexicanos.
Es probable que López Obrador, hábil político, utilice esta disputa para distraer la atención en México respecto a la inflación y la violencia y buscar una cohesión popular en torno a él. Pero pareciera que está jugando con fuego. Sus interlocutores no necesariamente están dispuestos a prestarse a ser parte de una comedia de mal gusto.
POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL
PAL
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