En el año 1998 me encontré con dos interesantes volúmenes: De los libros al poder, de Gabriel Zaid, y Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX, de Roderic A. Camp. En ellos se explica el modo de cómo los intelectuales lograron incidir en las altas esferas del poder en México, durante un largo tiempo.
Las cosas son diferentes en el siglo XXI. Tal vez hoy podría aparecer una obra intitulada De la ausencia de libros al poder: cierta y verdadera historia sobre la anemia intelectual y sus consecuencias al momento de gobernar América Latina en el periodo 2000-2022. Sin dudas, este libro no sería un best-seller.
Quienes más lo necesitan, se sentirían agredidos por su contenido. Y quienes no lo requieran, lo dejarían de lado por las terribles banalidades que habría que reseñar, para ilustrar la cuestión central. Pensando en los exiguos lectores, habría que advertir en la “introducción” que no hay que detenerse demasiado en los primeros capítulos dedicados al apasionante, pero un tanto inútil, recuento de gobernantes latinoamericanos y sus epidérmicas lecturas de cabecera.
Tal vez, lo más relevante sería leer las últimas tres páginas, dedicadas a las “conclusiones”, en dónde se presentarían de manera sumaria algunas lecciones para el Petit Prince postmoderno:
“1. Amado príncipe: no pierdas el tiempo en libros, para eso tienes a dos escribanos y a un juglar que te pueden preparar unas fichitas. Si al entrar a un debate todo sale bien, será mérito tuyo, oh preclaro líder. Si sale mal, porque tuviste imprecisiones, titubeos e ignorancias, podrás culpar a los incompetentes asesores que no han sabido corresponder a tu confianza y generosidad magnánimas”.
“2. Recuerda, oh jefe preclaro, al momento de hablar en público lo principal no es lo que dices, sino el aprecio que generes a tu propia persona. Aprecio sincero, afecto fingido, amor utilitario. No importa. Siempre es bueno recordar a George Bernard Shaw quien solía decir que el arte del gobierno es la organización de la idolatría”.
“3. Simplifica la realidad al máximo: la plebe no precisa de filigranas. Lo que necesita es tener una o dos ideas claras, asociadas a alguna emoción. Para ello, nada mejor que una ‘teoría de la conspiración’. Hay una para cada necesidad: con judíos o sin ellos, con conjuras secretas o con religiosos apergollados a las oligarquías. Vaya, las hay también con empresarios fifís, proletarios indignados, jesuitas intrigantes y nuevo orden mundial”.
“4. A falta de argumentos ejerce el poder: nada más satisfactorio para ti, gobernante, candidato o suspirante, que humillar al que te contradice. Lo importante es demostrar quién puede más. Ganar es estar en la verdad. La verdad sin triunfo es fútil”.
Las frases entresacadas del imaginario texto, podrían continuar. La mutación irracionalista y pragmática de muchos grupos políticos y parapolíticos, por la derecha y por la izquierda, distorsiona la preocupación sincera por el bien común. La “mejor política” de la que habla el papa Francisco en Fratelli tutti desafía este perfil: no nace de la superficial chabacanería, sino de un nuevo y robusto humanismo político, que nos conduzca a un más fraterno compromiso desde el pueblo y con el pueblo.
POR RODRIGO GUERRA LÓPEZ
SECRETARIO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
RODRIGOGUERRA@MAC.COM
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