¿Son la internet y las redes sociales el nuevo hechizo?
Durante siglos el tema de la poción que hechiza de amor a dos jóvenes fue abordado por distintas literaturas. Desde la medieval hasta “La Celestina” de Fernando de Rojas (1465-1541) en el siglo XVI español, pasando por la bebida mágica de Tristán e Isolda, la cual es recordada hasta en la ópera cómica italiana. Es el caso de una de la óperas más interpretadas al día de hoy: L’elissire d’amore (El elixir de amor) de Gaetano Donizetti (1797-1848), con libreto de Felice Romani (1788-1865), y estrenada en 1832. Desde el inicio, el mito de Tristán es evocado en su versión italiana. El modesto Nemorino desea enamorar a Adina, una muchacha noble, que, por su condición social está fuera de su alcance. Nemorino, criado en el campo, escucha en conversaciones callejeras el relato de Tristano, el héroe medieval que logró obtener el amor de la reina Isotta al ingerir un brebaje único. Nemorino, exaltado ante la posibilidad de conquistar el amor de Adina, busca una solución similar. Un charlatán de nombre Dulcamara aparece en escena y aprovechándose de la ingenuidad del campesino, le vende un elixir de amor que no es sino vino de Bordeaux. Nemorino lo bebe todo, y la ebriedad le llena la sangre del valor que le hacía falta. Sin embargo, el amor se concreta cuando la ternura embarga a Adina, quien toma conciencia de los esfuerzos de su pretendiente en el transcurso del dramma giocoso.
Así como en las demás historias de amor un brebaje une a dos jóvenes, en el mito de Orfeo el veneno de una serpiente —otro tipo de pócima—, separa a la pareja en víspera de su unión. Eurídice ha muerto, y el joven enamorado se arroja al inframundo para traerla a la vida. En este acto aparece otro vínculo paradójico con las distintas historias de amor, en tanto que la pena es el arco que impulsa la flecha del amor. La felicidad es una Eurídice porque Orfeo mismo sabe que puede rescatar a su amada, pero bajo el severo precio de no poder mirarla. El héroe cae en la tentación y ella se esfuma.
Para la ópera “El elixir de amor”, Romani recibió la influencia de la ópera Le Philtre, estrenada dos años antes, en 1830, con música de François Auber (1782-1871) y libreto de Eugène Scribe (1791-1861). Romani fue un asiduo escritor de adaptaciones de los temas populares de su tiempo, y había escrito, a su vez, el libreto de la ópera “I Capuletti e i Montecchi”, de Vincenzo Bellini (1801-1835), estrenada en 1830. En el mismo año, Stendhal había adaptado para el teatro una versión francesa de “Il filtro” de Silvio Malaperta. Esta adaptación fue el punto de partida para la ópera de Auber y Scribe. De este modo, el motivo del filtro mágico que fascinó a Tristán y Isolda fue holgadamente aprovechado como inspiración por artistas de los siglos XVIII y XIX.
Para Denis de Rougemont (1906-1985), “el mito se degenera en el tiempo”, toma otros sentidos, y sugiere que el “Don Juan”, desde Molière hasta Mozart, se ha transformado. Asimismo, reconoce que en el devenir de la historia, creadores de la talla de Richard Wagner pueden entronizar al mito y proveerlo de una dignidad sin precedente: “Hasta el día en que Wagner, de un solo golpe, elevara el mito a su plena estatura y a su virulencia total: sólo la música podía decir lo inefable. Ella [la ópera] forzó el último misterio de Tristán.”
Rougemont encuentra en el mito de Tristán el modelo del amor adúltero. Para el filósofo suizo, el “amor-pasión”, ese amor que se padece, encuentra su génesis en la literatura del amor cortés. A través de un recorrido histórico, Rougemont sitúa su mirada en la Verona del siglo XVII, en tanto epicentro italiano del amor cortés, y observa que “tenemos ‘Romeo y Julieta’, que es la única tragedia cortesana y la más bella resurrección del mito antes del Tristán de Wagner”.
El amor-pasión al que se refiere Rougemont se manifiesta en la literatura como calvario que ha de superar cualquier obstáculo, y que conduce a la fatalidad y a la catástrofe. En la demostración de esta tesis, el mito de Tristán ha sido uno de sus medios predilectos, a partir de lo cual concluye: “Tristán, más que Isolda, ama al sentirse amado. No necesitan al otro tal cual es sino, más bien, su ausencia.” ¿Es ésta la condición privativa de la pareja de Tristán e Isolda? Rougemont declara que Tristán e Isolda se aman, pero cada cual ama al otro partiendo de sí mismo, no partiendo del otro. Se trata de un narcisismo doble, uno que se refleja en el otro, y concluye: “Wagner lo ha visto mucho antes que Freud y los psicólogos modernos.”
No es improbable que los mitos mencionados aludan a una realidad perseverante en el ser humano. ¿Podría decirse que la televisión, la internet y las redes sociales son la nueva pócima para los nuevos Tristanes e Isoldas?
—De música se habla sin bemoles—
POR MIGUEL SALMON DEL REAL
DIRECTOR DE LA ORQUESTA SINFÓNICA SINALOA DE LAS ARTES
@MIGUELDELREAL
CAR
SEGUIR LEYENDO:
La felicidad es una Eurídice (Primera Parte)