Paula Rego (1935-2022), una implacable defensora de los derechos humanos, dedicó su carrera a terminar con los tabúes sobre la rebelión, la ira y el dolor. “Es una artista intransigente de extraordinario poder imaginativo, ha revolucionado la forma en que se representa a las mujeres”, dijo la Tate Britain, cuando organizó una retrospectiva de su trabajo en 2021.
Rego inició su vida profesional en Gran Bretaña, donde adquirió gran reconocimiento; sin embargo, durante años, fue ignorada por no conectar con el arte abstracto que estaba de moda en los años 50. Críticos aseguran que era una mujer “extraña”, y, cuando tuvo su primera exposición en Lisboa, en 1965, sorprendió con su arte figurativo.
Nació en una época en la que Portugal estaba bajo la dictadura de Antonio Salazar y las mujeres eran ciudadanas de segunda clase, por lo que su padre le dijo: “Vete, este no es un país para una mujer”. De ahí que gran parte de su obra tenga influencia política. De hecho, a su país lo reconoció como un “estado fascista para todos, especialmente para las mujeres”.
Como feminista, sus pinturas contribuyeron a cambiar la representación de las mujeres, al desafiar los estándares de belleza, las ideas del sexo y la violencia en cuentos y canciones infantiles. Sus piezas más conocidas se inspiraron en temas como la mutilación genital femenina y el aborto.
En ese momento, “las mujeres estaban allí para ser socias y apoyo de sus maridos artistas. Yo no era uno de esas”, declaró a la prensa internacional. “Quería estar en el club de los grandes, con los grandes pintores que admiraba”. Después de instaurarse la democracia en la década de 1970, se convirtió en una de las artistas más famosas del Portugal.
Tras su muerte, el presidente Marcelo Rebelo de Sousa la reconoció como la mejor artista moderna de las últimas tres décadas.
POR MELISSA MORENO CABRERA
@MELISSOTOTOTA
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