MIRANDO AL OTRO LADO

En Ucrania inicia la Segunda Guerra Fría

La invasión rusa a Ucrania es la punta del iceberg de una nueva Guerra Fría mundial que confronta a la humanidad

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La invasión rusa a Ucrania es la punta del iceberg de una nueva Guerra Fría mundial que confronta a la humanidad a la disyuntiva entre democracia y autoritarismo. Enfrenta la construcción de sociedades de diálogo y tolerancia a otras que promueven la intolerancia y la imposición.

En la primera Guerra Fría (1945-1990) el mundo fue el campo de batalla de grandes contendientes que usaban distintos países como espacio para dirimir sus diferencias. En esa guerra, se disputaban dos modelos político-económicos: capitalismo o socialismo. Vietnam, Corea, Cuba, las guerrillas de América del Sur, las guerras de liberación nacional en África y Asia, Europa central: todos estos territorios escenificaron, de una u otra manera, el enfrentamiento entre fuerzas capitalistas y las socialistas.

Hoy, siendo testigos del inicio de la Segunda Guerra Fría, la disputa se da en un contexto diferente, aunque tenga resabios de la guerra anterior. Hoy el capitalismo, en sus diversas modalidades, prevalece en todos los países del mundo. Solo dos casos permanecen en el pasado fracasado del socialismo: Cuba y Corea del Norte. Rusia, China y sus nuevos socios son todos economías de mercado, aunque unos tengan más dominio estatal que otros en la regulación de sus políticas económicas. Unos países tienen más burocracia política que otros, que prevalece sobre los agentes económicos.

La guerra actual es por la hegemonía económica, financiera y comercial de los contendientes. Y esa hegemonía se define, también, en términos políticos. La concepción liberal del capitalismo, según la interpretación del bloque europeo y americano, es que las sociedades deben ser libres y democráticas para poder prosperar, proteger el incentivo individual a la creación de riqueza y, por tanto, la opción a votar en elecciones abiertas por sus gobernantes. Existe, según ésta concepción, una correlación directa entre libertad económica y libertad política. Por ello, la democracia es el valor que sirve de piedra fundacional y cimiento del éxito posible del sistema creado y defendido por este bloque de naciones.

En cambio, el bloque contrincante, liderado por China y Rusia, considera que su éxito económico está vinculado directamente a la centralización en el mando del Estado nacional, donde se toman las decisiones de mercado, y, por tanto, también las decisiones políticas. Del centralismo político emana su fuerza, dirían los filósofos del sistema. Y de esa fuerza surge su capacidad de vencer, en los mercados, a sus contrincantes, dirían los economistas de sus gobiernos.

Y de esa fuerza económica vendrá, en proporción directa, su capacidad de vencer a los contrincantes en el terreno político-militar, dirían los políticos y estrategas. En todo este proceso de vinculación entre Estado, economía y fuerza de imposición, la libertad individual en la sociedad es un tema más estorboso que útil. La democracia, dirían todos sus filósofos, economistas, políticos y estrategas, debilita y rinde incapaz al Estado para diseñar e instrumentar políticas contra sus enemigos, en tiempo y forma. La democracia estorba la eficacia estatal en tiempos de Guerra Fría mundial.

¿Entonces, por qué invadir Ucrania? Por su enorme riqueza económica, mineral y agrícola. También porque su ubicación geográfica estratégica en la planicie central europea le ofrecía un punto neurálgico para divisar toda Europa para defenderse o ir a la ofensiva. Y porque Putin percibió que podía invadir porque el lado contrario estaba debilitado, dividido e indeciso. Occidente se veía envuelto en disputas “democráticas” internas inacabables, sin consensos aparentemente posibles.

Europa y Estados Unidos estaban portándose como democracias en proceso de desarticulación. Era el momento perfecto para invadir Ucrania, con Biden cerca del colapso político y ante la perspectiva del regreso del trumpismo al poder en Estados Unidos. Con este análisis, Putin no estaba actuando irracionalmente, pues había un cálculo estratégico que podría confirmarse.

Y el líder ruso creía firmemente en su propio diagnóstico sobre Ucrania. Afirmó que no es un verdadero país, no tiene cohesión social interna y una mayoría de ucranianos se identifican más con Rusia que con Occidente. Putin despreciaba al Presidente Zelenskyy, entre otras cosas, porque es judio. ¿Cómo era posible, habrá razonado, que un judio pueda dirigir un país mayoritariamente católico, de Roma o de la iglesia rusa ortodoxa?

Lo que no tomó en cuenta es que el mundo europeo, y más allá, no estaba en apetito para una vuelta a la tuerca de régimen, ni estaba dispuesto a entrar en un modelo de autoritarismo zarista. Ahí se equivocó.

Las divisiones internas del establishment estadounidense eran, y son, reales. Pero como se vió con el State of the Union Address de Biden, cuando se trata de identificar a un enemigo común, todos, republicanos y demócratas, coinciden en señalar a Putin como enemigo. Putin logró lo que no quería: unificar al poder político estadounidense en su contra. Hasta Trump tuvo que moderar su discurso pro-Putin.

Algo similar sucede con Europa. A pesar de que la salida británica de la Unión Europea mostraba debilidad, todos se han unido como bloque en contra de la invasión rusa a Ucrania, entendiendo que representa una amenaza directa para sus países. Renace el espíritu “europeísta” en Europa, valga la redundancia, ante la amenaza de las tropas rusas en sus fronteras. El recuerdo del Muro de Berlín renace. Los millones de europeos que han manifestado su rechazo al avance ruso es un rechazo al modelo autoritario ruso de gobernanza. Defender a Ucrania es, en los hechos, un acto de defensa de las libertades democráticas en Europa.

Otra vez, Putin logró lo que no quería. Unificó a Europa políticamente y económicamente en su contra. Y logró otra hazaña: unificó y rearmó a la OTAN, ese instrumento de defensa militar que Trump quería enterrar. Las movilizaciones en Europa y Estados Unidos tuvieron sus propios logros. Obligaron a los políticos de Estados Unidos y Europa a profundizar y acelerar las sanciones económicas contra Rusia más de lo previsto. Cancelar el gasoducto ruso a Alemania parecía algo políticamente imposible hasta que la opinión pública de ese país se volcó a favor de Ucrania y la defensa de la democracia.

Putin jamás contempló ni calculó que los ucranios se iban a defender militarmente y políticamente como lo han hecho. Jamás imagino que ese Presidente judío se iba a convertir en un símbolo de resistencia, unidad y dignidad ucranianos. Incluso es un símbolo internacional de la lucha encarnizada de la democracia y autodeterminación de los pueblos resistiendo el embate del zarismo autoritario y antidemocrático. Jamás imaginó que el pueblo ucranio aspiraba a la libertad por encima de la comodidad de una paz rendida a los pies de un conquistador.

La presencia y las amenazas militares y nucleares de Putin asustan a todo el mundo, pero también enardecen a la gente en contra de ese país y su gobernante.

¿Qué sigue? Entender, en primer lugar, que defender a Ucrania es defender la democracia contra el autoritarismo. Los gobernantes vacilantes lo son porque les ha tocado la tentación autoritaria. Pero gran parte de la sociedad mundial está a favor de la democracia y en contra de los gobernantes autoritarios. El tiempo y la historia los juzgará.

Es necesario ofrecer todo tipo de apoyo a Ucrania, con recursos materiales bélicos y financieros, pero también el apoyo moral es muy importante. El mundo se debate entre democracia y autoritarismo. Es imperativo ganar la guerra caliente (y la fría) en curso, pero también la guerra de las ideas, que es tan fuerte e importante como la de las armas.

No sabemos sí, como en otros tantos casos de la guerra fría anterior, cuando el mundo vio a países divididos entre norte y sur, este y oeste (Alemania y Berlín, Vietnam, Corea, etc), veremos, cuando terminen los combates entre los ejércitos, una Ucrania dividida en dos entre Este y Oeste. O una ocupación rusa del país entero o una derrota militar de Putin. Pero una cosa es clara: Ucrania es la puesta en escena de la trinchera de la primera guerra caliente de la Segunda Guerra Fría, confrontando la libertad con el autoritarismo. 

POR RICARDO PASCOE

ricardopascoe@gmail.com

@rpascoep

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