CRUZ Y GRAMA

Onésimo: con Dios y con El Diablo

¿Quién y cómo era en realidad el Obispo Emérito de Ecatepec Onésimo Cepeda Silva, quién falleció por complicaciones a causa de Covid-19?

OPINIÓN

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Hugo Corzo / Cruz y Grama / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Varios momentos que viví personalmente con el fallecido Obispo Emérito de Ecatepec lo pintan tal cual: terrenal, polémico y de claroscuros, pero trascendental.

Onésimo, por enésima (y última) vez. Onésimo, siempre Onésimo, dando la nota. Esta vez, la de su muerte por complicaciones a causa de Covid-19, la noche del lunes 31 de enero. Incluso valió una mención del Presidente Andrés Manuel López Obrador en la conferencia mañanera, en la que dio sus condolencias a los deudos. Pero, ¿quién y cómo era en realidad el Obispo Emérito de Ecatepec Onésimo Cepeda Silva, ese polémico, terrenal y trascendental personaje que presumía estar con Dios y con El Diablo, al referirse a sus cercanías con el poder político y empresarial, y a la vida dedicada a Cristo? Fue muchas cosas, y pocas se pueden contar de primera mano. 

Hoy, hace exactamente 20 años, el 2 de febrero de 2002, coincidimos y festejábamos juntos, por su cumpleaños, a Rubén Mendoza Ayala, el panista ex alcalde de Tlalnepantla y ex candidato al Gobierno del Edomex quien estuvo la primera mitad de esa campaña 20 puntos arriba de Enrique Peña Nieto, hasta que recibió –de un lugarteniente del priista– una propuesta que no pudo rechazar, y abandonó sin abandonar la campaña. Y hoy, justo hoy, escribo sobre la muerte de Onésimo. Una vez más, como dijo Borges, a la realidad le gustan las simetrías y los ligeros anacronismos. 

Ya sabemos, no sólo por él mismo sino por varios centenares de perfiles y notas periodísticas, que fue banquero, rockero, novillero, aficionado a los toros, jugador de golf, co-fundador de la primera empresa del hombre más rico del mundo, empresario metido al clero y clérigo metido a política, denostador de la izquierda y apoyador del PRI, tribuno desde el púlpito, orador frente a las grabadoras y dotador de los mejores bites para la nota. Hasta conocemos de la demanda que enfrentó por fraude, en la que le acusaban de querer apropiarse de una colección de arte que incluía obra de Kahlo, Rivera, Tamayo, Orozco, Chagall y Modigliani, con la que planteaba quedarse para subsanar un fingido préstamo. Pero hay más detalles que lo pintan con Dios y con El Diablo. Éste, éste es el Onésimo que me tocó conocer.

25 de marzo de 1999: Palabra del Señor

Íntimo amigo de los diablos y de los ángeles. Con el multimillonario Alfredo Harp Helú, dueño del beisbolero Diablos Rojos de México y el mayor benefactor de Oaxaca –donde reside tras su secuestro en 1994–, trabó lo que él mismo calificaba como la más profunda amistad de su vida; y con Girolamo Prigione, primer Nuncio Apostólico en México y quien estuvo en la palestra por sus reuniones con los hermanos Arellano Félix (del cártel de Tijuana), tras el homicidio del Cardenal Jesús Posadas Ocampo, tuvo una cercanía y afinidad tales que le permitieron gestionar ante El Vaticano y el Papa Juan Pablo II una redistritación de las diócesis del Estado de México, para crear la Diócesis de Ecatepec. Así fue como logró que en agosto de 1995 fuera su Ordenación Episcopal como Obispo.

Esas buenas ligas, tanto con el empresariado más poderoso como con la cúpula católica más poderosa, le permitieron consumar uno de sus grandes proyectos: la creación de la Catedral de Ecatepec, ¡la última del milenio! (como se presumió en los boletines), inaugurada el 25 de marzo de 1999 junto con el Presidente Ernesto Zedillo. Esa capacidad para recibir en misa a mil 600 personas sentadas –ni la Catedral de San Pedro– y 3 mil 200, de pie. Esa que costó 30 millones de pesos –de los de hace 25 años casi– y que se la financiaron con donativos empresarios, gobiernos y personajes del jet set.

Yo estuve ahí, por Onésimo. Como reportero de la zona del Estado de México, me tocaba ir a esa asignación; pero la fuente adscrita a ese evento era la de Presidencia, así que a los locales no nos permitieron entrar. Desde la valla que abría paso al Presidente y los invitados especiales, Onésimo me vio y preguntó si no pasaría. Me ubicaba porque asistí muchas veces a darle cobertura a la construcción de la Catedral a lo largo de 1998, lo cual supo y me había agradecido antes. Me jaló del brazo, con un gesto pidió mi acceso y se me acercó para confiarme, en voz baja: “si vas a cortejar a la doncella durante un año, tienes que quedarte con ella al final”, como parábola de la importancia de que yo también cubriera la nota, no sólo mi compañero de la fuente nacional. Esa fue palabra del Obispo.

El Obispo Emérito de Ecatepec Onésimo Cepeda Silva (Foto: Especial)

2 de diciembre de 1999: Yo Confieso

A finales del año en que Onésimo tuvo ese gesto conmigo, puede devolverle el gesto. Y era lo correcto, además. El 2 de diciembre de 1999, al inicio del último cuarto, en la carrera de la beatificación de San Juan Diego, el ex Abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, salió airadamente a defender la tesis que poco antes había elucubrado, respecto a la validez artística e histórica, mas no milagrosa y mágica, de la imagen de la Guadalupana en el ayate del indígena. El estudio, con voces autorizadas, cimbró a la jerarquía y academia católica. Todos salieron a replicar la versión de Schulenburg. 

Por su puesto, lo hizo Onéssimo –impulsor de la canonización de Juan Diego–, quien, en un claro lapsus, me dijo en entrevista grabada que estaba de acuerdo con el ex Abad, cuando debía haber dicho lo contrario. Cuando escuché el sentido de su postura y la incoherencia en la frase textual, llamé al Padre Marco, su secretario de Comunicación, y le alerté del patín, así como de que tergiversaría la transcripción, a fin de reflejar la postura correcta de Onésimo, quien lo dijo al revés. Marco no sólo me lo autorizó, sino que lo agradeció y se lo hizo saber al Obispo. Una confesión de humildad, para salvar lo que parecía la nota más morbosa del momento, y sustentada en audio. 

14 de febrero de 2003: Daltonismo Político

El Obispo de Ecatepec, dedicado a los pobres y a los ricos, entre sus muchas frases polémicas o provocadoras, decía que él padecía de “daltonismo político”. Y seguro que lo parecía. Dicen los daltónicos que confunden el color verde (uno de los que tiene el PRI) con el azul (uno de los que tiene el PAN). Así que Onésimo iba y venía de una filia a otra, sin faltarle al respeto a ninguna.

En 2000, apoyó abiertamente al candidato del PRI a la Presidencia, Francisco Labastida, quien el año previo, en su faceta de secretario de Gobernación, acudió a la inauguración de la Catedral de Ecatepec, por cierto. Ese hecho le valió un jalón de orejas desde El Vaticano, donde recibieron una queja. Amigo del ex gobernador y ex Presidente Enrique Peña, amigo del ex gobernador y senador Eruviel Ávila. De Ernesto Zedillo. De Roberto Madrazo. 

Pero de la misma forma que con el verde tricolor, tenía grandes amigos panistas. Rubén Mendoza, el más cercano de ellos. El 14 de febrero de 2003, Onésimo Cepeda, durante la inauguración de una obra hidráulica de Mendoza –el entubamiento del Río San Javier–, quiso colar verbalmente al alcalde panista: “por tan bueno que le salió al pueblo”, justificó, antes de arrojar agua bendita al embovedado que recibiría segundos después aguas negras.

Eso sí, nunca confundió el amarillo o el rojo. De la izquierda no sólo se desmarcaba, la anulaba. Se confrontó con la Teología de la Liberación (con Samuel Ruiz, con más que con todos); del Presidente López Obrador, cuando candidato la primera vez, tenía una visión crítica; del movimiento zapatista de Chiapas, el de 1994, tenía pobre opinión. Daltónico, sólo entre el verde y el azul.

2 de octubre y 4 de diciembre 2003: “Estado laico, una jalada”

No sólo era una de las frases más tronadoras del Obispo, sino que era una actitud y ejercicio de vida. Lo demostraba a cada paso. Le gustaba provocar. Tal vez fue el primero, desde la Guerra de Reforma, que hizo que un Presidente develara una placa inaugural de un templo católico, como lo hizo Zedillo en 1999 en Ecatepec.

El 4 de diciembre de 2003, durante el gobierno municipal del panista Ulises Ramírez, en Tlalnepantla, ejecutó una ceremonia mitad cívica mitad religiosa, pues acudió como invitado de honor, con turno en el micrófono, al banderazo de salida del nuevo equipo policial del Municipio, y para bendecirlo. Despuecito del Himno Nacional Mexicano, se lo oyó soltar un “en nombre del Padre… Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todas estas unidades, sobre el helicóptero y sobre todos los hermanos policías que van a cuidar de los ciudadanos de Tlalnepantla", y la mayoría, se santiguó.

Dos meses antes, el 2 de octubre, interrumpió y se integró a una sesión de Cabildo tlalnepantlense. Entró ya iniciada le reunión, y al mismo tiempo, la fracción de regidores del PRD salió del salón donde se reúnen. Ahí, también dio una bendición a los miembros del Cabildo y les deseó suerte. Y frente a un cuadro de Benito Juárez, que se halla en la sala de cabildos de Tlalnepantla, el alcalde, Ulises Ramírez, el Obispo de Ecatepec, se abrazaron. 

2 de febrero de 2002: Vino de Consagrar

Era la ex Hacienda de Santa Mónica. Era 2 de febrero de 2002, cumpleaños de Rubén Mendoza Ayala, a la sazón, alcalde de Tlalnepantla. Ahí  estuvo el Obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda. Estuvo también el subsecretario de Gobernación y ex alcalde de Naucalpan, José Luis Durán Reveles. Compartieron mesa. Y yo con ellos. Tenía apenas cuatro años de conocer a Onésimo, y ya ambos habíamos tenido algún gesto con el otro. Él, ingresarme al evento inaugural de su Catedral.

El alcalde tlalnepantlense sacó, para un puño de los convidados, un par de botellas del sofisticado Chateau Petrus. Ante el hecho de beber de uno de los vinos de más alta gama, el Obispo soltó, para relajar el ambiente: “es como vino de consagrar”. Ése, ése fue el Onésimo que me tocó conocer.

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