MALOS MODOS

El estafador de Tinder

Debe ser la edad, pero no entiendo la fascinación con El estafador de Tinder. ¿Responderá esa fascinación a la historia misma, a su peso específico?

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Debe ser la edad, pero no entiendo la fascinación con El estafador de Tinder. ¿Responderá esa fascinación a la historia misma, a su peso específico? Mmm. El caso es ciertamente de atenderse. Simon Leviev, como se le conoce, logró estafar unos 10 millones de dólares a varias mujeres en varios países, siempre con la misma estrategia. Una vez establecido el contacto en Tinder, la aplicación de citas, Leviev ponía a la víctima en turno ante una puesta en escena realmente notable: vuelos privados, coches lujosísimos, hoteles impagables, yates. ¿Por qué no?

A fin de cuentas, aseguraba pertenecer a una familia dedicada al negocio de los diamantes. Enseguida, venía el acelere de una conexión por supuesto más falsa que una moneda de tres pesos, esa apariencia de amor que tan bien saben construir ciertos psicópatas. Finalmente, la estocada final: estoy en peligro, no puedo acceder momentáneamente a mi fortuna, necesito un préstamo. Las mujeres acababan en la ruina, con deudas gigantescas. Era una suerte de esquema de Ponzi, un esquema piramidal: el dinero que le sustraía a una víctima financiaba la puesta en escena de la siguiente estafa.  

Sí, es una historia digna de contarse. Pero no basta para poner a Leviev en el ranking de los estafadores más, digamos, virtuosos de la historia. Vaya, que no estuvo ni cerca de la magnitud de la tranza del referido Carlo Ponzi o de Bernie Maddof, para hablar de dos ladrones que llevaron la triquiñuela piramidal a la categoría de masas, pero tampoco tuvo ni la durabilidad ni la caradura de George C. Parker, activo durante medio siglo y capaz de vender la Estatua de la Libertad, ni la creatividad de Mary Baker, que se hizo pasar por Caraboo, la princesa de una isla remota, e incluso creó un idioma por aquello de la verosimilitud. 

¿Será entonces la calidad de la película, de la realización? Lo dudo también. El ejercicio es eficaz: la directora, Felicity Morris, cuenta la historia con pulso de thriller, en una narración limpia y rítmica. Pero no estamos ante algún tipo de revolución formal o cosa parecida. 

Probablemente el éxito de este documental venga, fundamentalmente, de dos factores. Uno se debe a quienes lo hicieron: el acierto de centrar la película en tres de las mujeres estafadas por el cretinazo, mujeres entrañables, de una franqueza conmovedora y sobre todo de una valentía y una tenacidad nada frecuentes, capaces, al final, de hacer caer a su victimario. El otro, me temo, tiene que ver con quien lo ve. Las estafas de Leviev, como su caída, son desde luego el reflejo de esta época, con los peligros inherentes a la tecnología y particularmente a las citas vía aplicación. La alarma, justificada, vende bien. Supongo que, ajeno a ese mundo, el miedo no me mueve. La edad, ya les digo. Que tiene sus ventajas… 

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

MAAZ