COLUMNA INVITADA

La justificación (in)moral de la guerra

El frágil equilibrio de justicia de una guerra se corre el riesgo de etiquetar la acción bélica como injusta

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En la narrativa del personaje anónimo que H. G. Wells crea en La Guerra de los Mundos destaca, a lo largo de la historia, el discurso moral sobre lo injusto que es una guerra y lo terrible de las acciones bélicas. Por supuesto, esta novela de Wells es un clásico de la ciencia ficción; sin embargo, tiene –como casi toda la obra del autor inglés– un trasfondo humanista y moral. Basta recordar el pasaje atroz de la delegación diplomática terrestre que, con bandera en blanco enarbolada, pretende cándidamente entablar contacto pacífico con los invasores. La atrocidad no tarda en aparecer: los integrantes de la delegación humana son incinerados sin más por un invasor carente de escrúpulos.

No se necesita una ficción para discurrir sobre la justificación moral de la guerra. En el magnífico texto de Michael Walzer, las Guerras justas e injustas, se describe toda una filosofía política, a través de un discurso ético plagado de experiencias históricas, de cómo la guerra –en más de las veces– carece de sustento moral que la justifique o que la vuelva lícita. Sólo en ciertos casos se puede encontrar una razón moral que le permita a la guerra adquirir el título de justa.

El filósofo político norteamericano hace un recorrido histórico extenso que va desde la batalla medieval de Azincourt hasta las Guerras de Vietnam e Irak. A lo largo de este paseo se desmenuzan aspectos varios del tópico general de la guerra. Por ejemplo, la noción de los crímenes de lesa humanidad que son explicados a partir de la teoría militar de Clausewitz. La idea de la tiranía bélica entendida acorde con la visión del general Sherman durante la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Los derechos de las comunidades políticas en los conflictos, como el caso de la región de Alsacia-Lorena, desde la Guerra Franco-Prusiana y hasta las dos Grandes Guerras Mundiales.

Las motivaciones secesionistas y fratricidas a la luz de la revolución húngara contra los Habsburgo en 1848 y el largo período inacabado de Vietnam o el terrorismo esquematizado con los ropajes del IRA. En fin, una interesante explicación filosófica sazonada con episodios históricos que ejemplifican empíricamente que, la guerra, sea cualquiera la forma, causa o motivación que la provoque, las más de las veces no se sustenta en un argumento moral.

Sin duda, habrá excepciones, como los episodios de legítima defensa ante ataques injustificados, invasiones expansionistas, actos de conquista. Pero aún en estos casos, si se llega a desbordar el frágil equilibrio de justicia de una guerra se corre el riesgo de etiquetar la acción bélica como injusta. Walzer, con gran tino, pone como ejemplo de este último caso, el lanzamiento de las bombas atómicas a Japón en 1945 –que es excesiva– frente a la justificada reacción de los Estados Unidos tras los ataques a Pearl Harbor y el costo en vidas que representaba el esfuerzo bélico contra Japón, a pesar de la rendición previa de Alemania.

Y no es que Walzer sea un purista. Por el contrario, se muestra crítico a lo que llama las “doctrinas rivales” consistentes en el pacifismo, la no violencia y el utilitarismo. De ningún modo se asume como un moderno Erich Maria Remarque, pues Walzer señala con claridad: “el sueño de una guerra que acabe con la guerra…esa época no llegará… y el fin de la guerra es también el fin de la historia del mundo”.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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