Se me juntaron las vacaciones con un viaje de trabajo corto y cercano y uno largo y distante. Así, en cinco días –entre jueves y lunes– he volado poco más de veinte horas, abordado cuatro aviones y pasado por las ciudades de Los Ángeles, México, Monterrey y Doha. El periplo ha sido estimulante. También agotador. Antes incluso ha funcionado como estudio empírico de cómo distintas idiosincrasias percibimos la evolución de la pandemia.
En la Ciudad de México –donde vivo– el Covid-19 existe todavía en el imaginario, aún pese a la comunicación irresponsable del gobierno federal y de la estrategia oscilante entre lo tímido y lo temerario de las autoridades capitalinas. Yo, que fui un Covid freak –dos años sin acudir a restaurantes o lugares públicos, sin ver amigos o familiares (beneficio secundario de la enfermedad global)–, ya no uso cubrebocas para caminar por las calles pero constato que un buen tercio de la gente con que me cruzo sí. Y que más de la mitad de la población lo portamos en cines o teatros, en tiendas o museos, en el transporte público. La Ciudad de México no ha vuelto a ser la de febrero de 2020. Por fortuna.
Ignoro cómo haya sido Qatar entonces pero claro me queda que hoy sigue con razonable conciencia de la pandemia: hay en los elevadores letreros (en árabe e inglés) que predican el distanciamiento social, se ve por las calles casi tanta gente con mascarillas como en mi ciudad y, al igual que en ahí, los choferes de Uber la llevan bien colocada. Acaso la inminencia del Mundial y la concomitante mira (más bien crítica) del mundo contribuyan al buen comportamiento.
En Estados Unidos, en cambio, la pandemia parece haber terminado, acaso por decreto. O al menos eso parece en Elei –donde ha sido obliterada como en Hollywood ending– y en Monterrey –siempre tan cerca del país vecino en todo sentido: la gente se pasea con el rostro desnudo por la atiborrada Feria del Libro, en pos del último Julian Barnes y de un buen contagio. Nadie usa cubrebocas salvo unos pocos ancianos que acaso acusen temor de Dios por sentirlo cada vez más cerca. Más típico será el surfer dude negacionista que dedicará todo el vuelo a jugar al gato y al ratón con la azafata para bajarse el cubrebocas, mientras clama ser enfermero de un pabellón de Covid-19, nunca haberse vacunado y estar convencido de que la mascarilla no sirve para nada. Mientras tanto, el New York Times de hoy consigna un promedio de 38 mil 855 casos activos y de 379 muertos por Covid-19 al día en ese país.
Colijo de mi accidental estudio empírico que la pandemia ha terminado, si no en términos sanitarios sí culturales. De una u otra forma ha sido incorporada a la narrativa de nuestras vidas. El final del Covid-19 resultó eliotiano: no se va con un estallido sino con un gemido. Así la nueva anormalidad.
POR NICOLÁS ALVARADO
IG: @NICOLASALVARADOLECTOR
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