LÍNEA DIRECTA

La estatua

Los símbolos de la construcción y la destrucción de la efigie de AMLO forman parte del ambiente de exclusión y violencia política que vive el país desde diciembre de 2018

OPINIÓN

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Ezra Shabot / Línea Directa / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una de las obsesiones de todo dictador o aspirante a serlo, es la de poder ver su propia estatua antes de dejar el poder o morir. Trascender a través del mármol o el metal se convierte en una necesidad de aquellos dirigentes que, al acumular una enorme cantidad de poder, están convencidos de que su imagen y legado no desaparecerán jamás, en un vano intento de evadir la muerte natural de todo ser humano.

La estatua del líder admirado, temido y obedecido es tarde o temprano el símbolo a destruir en el momento que la sociedad recupera el poder y la razón, y enfrenta a su propios fantasmas del pasado. Por eso en democracia las estatuas y monumentos están reservados a aquellos héroes cuya memoria se pretende mantener después de su fallecimiento, lo que en los últimos tiempos ha sido una práctica limitada a pocos personajes de la historia mundial.

El intento de perpetuar la presencia de López Obrador en Atlacomulco, bastión del priismo derrotado en 2018, a través de una efigie patrocinada por el saliente presidente municipal morenista Roberto Téllez Monroy, demuestra el grado de subordinación existente por parte de los militantes de MORENA a la figura de su caudillo, fenómeno alimentado directamente por la narrativa propia de AMLO con respecto a sí mismo y a su condición de individuo situado por encima del resto de la clase política nacional.

A pesar de que el Presidente ha manifestado que no quiere estatuas o monumentos, sus expresiones de “ser humano situado moralmente por encima de de los demás”, han llevado al sacerdote Alejandro Solalinde a definir a López Obrador como alguien poseedor de “rasgos de santidad”, en algo que explica el intento de sus seguidores de inmortalizarlo en una estatua que es derribada en forma casi inmediata.

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Los símbolos de la construcción y la destrucción de la efigie de AMLO forman parte del ambiente de exclusión y violencia política que vive el país desde diciembre de 2018. Es un fallido intento de recrear el presidencialismo priista de antaño donde cada gobernante construía su monigote para tratar de no ser olvidado. Esta visión de mártir de la patria fue utilizada por Echeverría y López Portillo para justificar su fracaso. Uno con una “devaluación nacionalista” del peso mexicano en 1976, y el otro con la gesta de la “nacionalización de la banca y el control de cambios” en 1982.

Cosificar la realidad es interpretarla como si se tratara de un vínculo  entre objetos con vida propia y no como parte de las relaciones entre seres humanos. Para eso sirven las estatuas, para mitificar la realidad.

POR EZRA SHABOT
EZSHABOT@YAHOO.COM.MX
@EZSHABOT

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