MIRANDO AL OTRO LADO

Una fantasía peligrosa

El Presidente López Obrador vive obsesionado por una fantasía peligrosa, que lo lleva a gobernar con acciones atrevidas y destructivas

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Presidente López Obrador vive obsesionado por una fantasía peligrosa, que lo lleva a gobernar con acciones atrevidas y destructivas. Es como si tuviera una voz hablándole al oído sobre un supuesto legado histórico magnífico que le espera si cumple con ciertos requisitos. Entonces, voltea y mira a los cinco magníficos con los que él supone está compitiendo: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I Madero y Lázaro Cárdenas. Piensa firmemente que hará sexteto con ellos. Claro, ellos muertos, él en vida. Escucha diariamente los hurras y vítores reclamando que se le reconozca como un nuevo héroe de la Patria.

Esta fantasía lo define y determina sus acciones. Su error histórico empieza cuando cree que el hecho de haber recibido una mayoría de votos en 2018 lo puede interpretar como un mandato que lo hace “heroico”. Y que ese voto significa que puede hacer con el país lo que quiera, sin límites.

Su supuesto “excepcionalismo” le permite ignorar la Constitución y el Estado de derecho cada vez que estima le estorba para llevar adelante sus planes. Sucede que un país puede vivir un proceso donde una parte de la población está dispuesta a derrocar al mal gobierno por la vía de las armas, y, por tanto, se vive una suspensión parcial de los efectos de la legalidad. Pero este no es el caso de México.

Cuatro de los cinco héroes escogidos por López Obrador buscaron acceder al poder por vía de las armas. Solamente uno de ellos, Juárez, lo logró a cabalidad, y se pudo cambiar la Constitución con una mayoría parlamentaria. El quinto, Cárdenas, realizó la obra de la expropiación petrolera siempre respetando la ley del país, sin violencia. Modificó los términos de la Constitución con el apoyo mayoritario de los legisladores de su época. La nacionalización de la industria petrolera fue la culminación de un movimiento sindical y obrero de muchos años atrás, demandando a las empresas extranjeras mejores condiciones de vida y respeto a sus condiciones contractuales.

Todas estas condiciones están ausentes en el momento actual de México. El único movimiento armado en el país es el narcotráfico, y el gobierno federal está aparentemente resuelto a no sólo dejarlo seguir existiendo, sino incluso a crecer en fuerza y dominio territorial. Es decir, el gobierno está reconciliado a convivir con un movimiento ilegal que atenta diariamente contra la Constitución.

En la actual industria petrolera el gobierno avala y permite el caciquismo sindical, con el único objetivo de seguir adelante con sus planes de invertir en una industria cuya longevidad estará determinada por la reconversión mundial al uso generalizado de fuentes renovables de energía. Por lo pronto la autoridad ha resuelto ignorar ese proceso mundial de reconversión, estimulando y acelerando el uso de fuentes fósiles a su máxima capacidad.

Ahora pretende convertir a la reforma eléctrica en su “hazaña” histórica, parecida a la expropiación petrolera. Denuncia a los conquistadores y explotadores españoles y sus empresas como empeñados en un intento de “reconquista de México”. Con ello busca arropar su proyecto de ley en un contexto histórico, dándole un sentido de heroicidad épica. Es aberrante esa pretensión, cuando lo que se discute es cómo darle más electricidad, más barata a México, en un contexto de respeto al medioambiente. La idea de la “reconquista” no es más que un ardid publicitario y de propaganda política para confundir a la ciudadanía.

Para coronar su obra de gobierno y poder reclamar su inclusión dentro del quinteto de héroes nacionales definidos por él, López Obrador ha decidido hacer su “revolución” declarando la Cuarta Transformación del país. Se entiende que los primeros tres fueron las transformaciones violentas: las Constituciones de 1824, 1857 y 1917. Con Cárdenas sucedió otra cosa. Entonces, ¿se entiende que la Cuarta Transformación será violenta, como las anteriores, o por la Constitución, sin violencia?

Es evidente que López Obrador, acorde con nuestros tiempos, está optando por un modelo híbrido para tratar de consumar su fantasía de ser considerado el mejor Presidente en la historia de México. Aplica acciones que no son aún abiertamente violentas, pero promueve la violencia, pero tampoco realiza acciones apegadas a la Constitución y la legalidad vigente.

Emplea formas inusuales de violencia para avanzar su agenda. La más evidente, en el terreno político, es el fomento a la polarización social y la promoción del odio como instrumento de movilización política de los suyos. Promueve la Guerra de los Binomios: ricos contra pobres, extranjeros contra nacionales, países buenos contra países males, honestos contra deshonestos, corruptos contra no-corruptos, leales contra desleales, traidores contra patriotas, periodistas buenos contra los malos, intelectuales rectos contra intelectuales pervertidos.

Hay que decirlo: ha logrado envenenar al tejido social con su encono. La violencia verbal rápidamente se desplaza hacia otros ámbitos de la acción directa de la sociedad. Las relaciones sociales entre los individuos y los grupos se descomponen velozmente. El crecimiento de los feminicidios y la violencia contra los niños es una expresión social nítida del efecto polarizador del discurso presidencial que ejerce cada mañana. La violencia se hace presente en las elecciones, los negocios, los deportes, las familias, el Congreso: en todo.

Pero la violencia también se expresa en la política oficial de su gobierno al promover la militarización progresiva del país, en todos los ámbitos de la vida nacional. El país está siendo silenciosamente copado por fuerzas militares, regulares e irregulares. La Ciudad de México vive este fenómeno notablemente a través del establecimiento de cuarteles de la Guardia Nacional (sí, ese cuerpo de seguridad que el Presidente pretende convertir en un brazo del ejército) en todas sus alcaldías, haciendo las veces de un ejército de ocupación. ¿Qué busca el Presidente con ocupar la Ciudad de México de soldados armados, cuando la administración local tiene el cuerpo policiaco más grande del país? ¿Y dónde están las voces que antes protestaban contra la militarización?

En este entorno nacional de violencia, el Presidente sistemáticamente viola la ley y la Constitución. Cuando la Constitución dice que el Presidente no debe intervenir en los procesos electorales, lo hace de una manera abierta y artera, ignorando preceptos legales, Sirve para enfatizar que el Presidente se considera a sí mismo por encima de la ley. Ordena a sus legisladores violar la ley aprobando nombramientos de funcionarios que no cumplen con los requisitos de ley, como la Gobernadora de Banxico. Usa a las fuerzas armadas para tareas fuera de su mandato constitucional y usa el pretexto de la seguridad nacional para violar todas las leyes existentes en materia de regulación, certeza jurídica, protección ambiental, transparencia y debido proceso. Ignora la ley o la usa como instrumento para perseguir a sus opositores, internos y externos.

El Presidente acuerda con grupos del crimen organizado para, supuestamente, buscar la paz social, aunque sus consideraciones solamente terminan fomentando más violencia y sufrimiento de los más de medio millón de desplazados internos debido a la violencia sin freno.

La guerra que promueve López Obrador no es de liberación nacional, sino que más bien da signos de ser una guerra de opresión social que no libera, sino esclaviza.

Y todo esto sucede mientras López Obrador fantasea que su legado le condecorará como el mejor Presidente de México. Con más muertos que nunca, pobreza creciente y tanta violencia y encono, la fantasía peligrosa de López Obrador lleva al país por el desfiladero de los países que, teniendo tantas posibilidades de crecer y ser exitosos, finalmente terminan atascados en la fila de los países atrasados del mundo, sin progreso y atrapados en ciclos de despotismo, pobreza y opresión.

POR RICARDO PASCOE PIERCE
RICARDOPASCOE@HOTMAIL.COM
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