COLUMNA INVITADA

El mundo de la guerra sin fin

Estados Unidos se ha retirado el pasado 31 de agosto de Afganistán, terminando una guerra absurda que costó más de un trillón de dólares

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Estados Unidos se ha retirado el pasado 31 de agosto de Afganistán, terminando una guerra absurda que costó más de un trillón de dólares, duró veinte años y fue inútil ya que los Talibanes han regresado al poder. En The Economist se le pidió a varios académicos y políticos a debatir el “fin del imperio”, entre ellos Kissinger y el conservador británico Niel Ferguson.

Para estas fechas el equilibrio de orden y libertad que el político judío había añorado en su primer libro académico y luego luchado desde su posición de vicepresidente de Estados Unidos ha probado ser, como dice Roberto Calasso un wishful nothing. Nada del equilibrio buscado por la Paz de Westfalia.

Este es otro mundo marcado aún más polarmente entre la secularización y su invento político, la democracia formal y el Islam. Cuando se derrocó en 2001 al régimen Talibán en Afganistán con el pretexto de haber sido los protectores de Osama Bin Laden la OTAN y los Estados Unidos creyeron nuevamente que sabían lo que hacían.

Pero como siempre pasa con la verdadera ignorancia, no sabían lo que no sabían. Hoy la futilidad de la empresa es notoria. Fue Trump quien pactó en 2020 con los Talibanes. A Biden le tocó terminar esa guerra sin fin (sus palabras en el discurso del lunes pasado) y la imagen del solitario general, el último en subir al avión y abandonar suelo afgano, será el correlato visual de una derrota). Me parece, de cualquier forma, valiente haber terminado la guerra, aunque creo que debió haberse planeado con más cuidado la evacuación de más de trescientos mil “colaboradores” afganos de los Estados Unidos.

Se evacuó -otro hecho histórico- a más de cien mil ciudadanos en una semana caótica signada por nuevos atentados terroristas. Las escenas del aeropuerto de Kabul sobrecogen y no se olvidarán nunca. Calasso en su pequeño y luminoso libro La actualidad innombrable realiza un diagnóstico brutal y certero de ese choque de trenes entre la sharia y Occidente. Explica a un tiempo las razones de la justificada desconfianza musulmana ante occidente y traza la genealogía del fundamentalismo islámico a un libro radical de Sayyid Qutb,

Señales en el camino, manual del jihad moderno que lo mismo inspiró a bin Laden que al ayatolá Jamenei o a al-Zawahiri. Al trazar la ruta el egipcio buscaba limpiar la corrupción occidental y también la relajación de las costumbres en el mundo árabe y su asimilación a Occidente. En Afganistán, cuando estaba ocupada por los soviéticos, fueron los norteamericanos quienes armaron y entrenaron a los futuros terroristas.

Lo mismo ocurrió en la Centroamérica de la Contra, del Frente Farabundo Martí y de las guerrillas. Hoy ese pedazo de nuestro continente sigue reponiéndose de los múltiples experimentos estadounidenses y sus intentos de imponer su idea de libertad y democracia. Igual que en Medio Oriente o que en Asia todas las guerras, invasiones y maniobras del imperio han mostrado no solo su ineficacia sino su destrucción social y antropológica. No debemos por tanto dolernos del final del imperio -como hace Fukuyama en The Economist-, sino agradecer que al menos en el discurso Biden ha declarado la era de una nueva política exterior de su país. Durante mucho tiempo los Estados Unidos fueron una potencia con una pequeña fuerza militar para la paz.

Esto cambió del todo después de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial; las inversiones militares, los arsenales nucleares, el sinsentido armamentista e intervencionista han mostrado su absoluta ineficacia. Para que el discurso tenga sentido habría que dejar de financiar el aparato militar, reubicar esos trillones en infraestructura, proyectos sociales y públicos. Ese sería el verdadero legado del longevo político demócrata.

Desmantelar el elefante en el cuarto, voltear hacia la política interna, convertirse de nuevo en país y dejar atrás los sueños expansionistas. Solo en Estados Unidos se llama coloquialmente al presidente líder del mundo libre. Como dice nuevamente Calasso, en el mundo nadie se ha puesto de acuerdo en qué significa la libertad.

En el seno de una vasta geografía planetaria habitada por más de mil quinientos millones de personas no significa lo mismo que en Occidente. La humildad debiera ser la moneda corriente de la nueva diplomacia. Única manera de salir de la era de la inconsistencia asesina.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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