ARTE Y CONTEXTO

El arte de saber crudear

“Los crudos más experimentados tienen sus lugares favoritos desde generaciones atrás, además ya no sienten culpa al despertar con los ojos rojos y la cabeza a reventar.”

OPINIÓN

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Julén Ladrón de Guevara / Arte y contexto / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

Hoy es el día después de los festejos de nuestra amada patria y muchos mexicanos amanecimos desvelados. En mi caso, dormí poquito por culpa de un insomnio persistente que me atormenta últimamente. Otros con mejor suerte que yo, pasaron del día a la noche con buenos amigos o con sus familias comiendo pozole, tostadas de pata o chiles en nogada, acompañados por unos tragos de tequila nada más para empezar. Qué rico y deseable es pasar el día así, convivir con la gente que amas es bonito de verdad, pero la fiesta es de quien la trabaja y este año no le eché ganitas porque se me pasó confirmar. Me quedé con kilos de rábanos, aguacates y lechugas que ayer me traje del mercado, y un montón de granos de pozole sin caldo del desayuno de ayer. Eso, y una botella de vino tinto que se asomó desde el fondo del refri cuando guardé el mandado, me acompañaron este 15 de septiembre mientras escribía con gusto esta pequeña reflexión patria. 

Como sucede algunas veces mientras pienso en mi columna, fueron las palabras las que me insinuaron el tema y la primera que me vino a la cabeza, fue un verbo: “crudear”. Esta mexicanísima tradición consiste en desayunar caldos calientes, tacos de barbacoa con salsa borracha, comida picante, recalentados y todo aquello que levante los despojos de un cuerpo que agoniza lentamente sin energía para cocinar. Para dichos efectos, los mercados y romerías de barrio, además de los puestos de tacos banqueteros son los proveedores naturales para saciar el apetito de la resaca y cumplir con la finalidad principal del afectado, que es la de sobrevivir nomás. 

Los crudos más experimentados tienen sus lugares favoritos desde generaciones atrás, además ya no sienten culpa al despertar con los ojos rojos y la cabeza a reventar pero sólo se dejan llevar por las sensaciones emanadas de su insalubre estado de post ebriedad. Ya sea agarrados de una michelada mientras observan el vaivén de las olas del mar o desparramados en un tibio sillón de plastipiel, este intermitente personaje mexicano jamás faltará a la cita con su demonio interior, una vez terminada la etapa de borrachera. ¿Y por qué? Porque en este país somos así desde varias generaciones atrás. No recuerdo familia sin borracho de cabecera o sin antídoto para la cruda de alguna abuela sabia y codependiente, que despertó antes del alba para tener el desayuno listo y recibir en la cocina a su pariente convaleciente. 

Nuestra cultura es apapachadora y consciente de su realidad, por eso estamos preparados siempre para cualquier eventualidad. Este estado tan democrático es de lo mejor que hay, porque no discriminan ni raze, ni sexe, ni edad (a, o, e, x, @, etc.). ¿Quién le va a negar a su madrecita santa el placer de curarnos sin estar enfermos para dejarle recordar, que no hay nada tan grande como el amor de una madre de un cuarentón incasable?¿Quién tiene el corazón de palo para juzgar a la pobre desamparada que se fue corriendo a vomitar? ¿Qué mexicano de verdad se atrevería a regañar a un patriota  ejemplar que no hizo más que beber de más? Por eso, desde el agua tibia con bicarbonato, pasando por el Alka Seltzer y la Polla 3 Coronas del juguero de la esquina, aquí estamos pendientes de usted, a quien envidio enormemente porque la pasó muy bien. Y aquí ya me despido, pensando en nuestro patrimonio como el manantial proveedor del agua fresca del Tehuacán de Peñafiel, con un poco de limón michoacano y sal del mar de Cortés, para que no digan que un patriota gourmet, no ha estado crudo alguna vez.

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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