Quienes me conocen saben mi respeto por nuestras Fuerzas Armadas. Para aquellos que no, declaro: reconozco a la Marina Armada de México y al Ejército como pilares de institucionalidad y estabilidad de nuestro país. Valoro su patriotismo. Uno de mis máximos orgullos ha sido trabajar a su lado desde el modelo civil de policía. Un militar salvó mi vida en alguna ocasión. Lo han hecho y siguen haciendo por millones de mexicanos.
Lo anterior como preámbulo para manifestar mi respetuoso desacuerdo con las declaraciones del almirante secretario, Rafael Ojeda Durán, en el sentido de que en México no existen servidores públicos honestos (salvo los egresados de las Fuerzas Armadas).
Comenzaré “por donde más duele” (citando a uno de mis escritores predilectos). Al escribir estas líneas, mi padre lucha por su vida contra secuelas del COVID y un tumor cerebral. Antes venció al cáncer. Sirvió casi 50 años al Instituto Politécnico Nacional. Su patrimonio es modesto, pero sus lecciones de integridad y amor patrio son invaluables. Sus cuatro hijos creemos en la ética y el bien hacer. Dos hemos pertenecido al servicio público y nunca pasó por nuestra mente traicionar los principios por él inculcados.
A la generación de mis padres pertenecieron millones de hombres y mujeres que hicieron posible la consolidación de instituciones y de nuestra democracia, perfectible pero viva.
He conocido seres humanos extraordinarios que han sacrificado – y sacrifican- familia y vida social al trabajar por las mejores causas del país, sea desde la federación, estados o municipios. He convivido con pioneros del Sistema Nacional Anticorrupción, que han enarbolado dicha causa desde hace más de 25 años.
He atestiguado cómo hombres y mujeres invierten en su formación académica (y extracadémica) con el único propósito de ser útiles a las causas del servicio público. Sus nombres no aparecen en titulares de prensa ni son objeto de homenajes, pero su entrega cotidiana hace la diferencia desde las instituciones a las que sirven, sea en el rubro de salud, educación, seguridad, ciencia, procuración de justicia y un largo etcétera.
Entiendo el comentario del almirante secretario como crítica a quienes no se desempeñan con pasión y convicción en el quehacer público. Sin embargo, entre eso y afirmar que no existan buenos servidores públicos hay un océano de diferencia.
En tiempos en que las fuerzas armadas han asumido tareas adicionales a las propias de su origen, vale rescatar de ellas lo más valioso: disciplina y profesionalismo. En ningún espacio sobra recordarlo, como tampoco el hecho de que muchos burócratas, forjados en la vida civil, trabajan con las mismas premisas en armonía con sus convicciones.
Al buen servicio público lo empaña la indecencia de pocos. Así fue antes y lo es ahora. La corrupción no distingue fueros y combatirla es anhelo general. Empero, criminalizar el servicio público al cuestionar de forma general su honestidad, es inmerecido para millones de burócratas que han servido -y sirven- con integridad y amor a México.
POR MANELICH CASTILLA
COLABORADOR
@MANELICHCC
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